Es increíble como a nivel mundial se ha engrandecido el acoso escolar, comprobar que en todas las clases sociales impera este trastorno educacional de quien lo provoca, en donde y como consecuencia engloba esa víctima del bullying, la suma de todos los miedos.
Recordar que en territorio mexicano y hace algunas décadas esto no era mayor asunto que atender para los centros educativos, al tenerse detectados a esos alumnos y alumnas como estudiantes conflictivos, desordenados, por lo mismo catalogados problemáticos, pero de ahí no pasaba.
Para atacar ese asunto se tenía un cuadro educativo bien definido, en donde la primera regla era que los maestros interactuaran lo menos posible con sus alumnos, alumnas, así no crear vínculos de amistad, ni mucho menos fuera de las aulas demostrando sentimientos afectivos o sociales.
Con esto, se tenía asegurado ese respeto y ordenamiento entre alumnos, alumnas, maestros, maestras, incluso directores de los planteles sobre todo en las llamadas Secundarias o de nivel medio superior.
Existían estrictos controles de disciplina, para lo mismo, la figura del orientador (Prefecto) bajo el apoyo y supervisión de sus superiores educativos, lograban localizar grupos problemáticos, por lo mismo se evitaban muchas acciones equivocas de sus alumnos y alumnas pues el mecanismo era muy simple: se le mandaban llamar a los padres de familia para que se enteraran de lo que estaban provocando o manifestando sus hijos o hijas.
Asimismo, los padres de familia y ante esos vergonzosos problemas presentados en la Dirección escolar, reprendían de inmediato a sus hijos o hijas, entendiendo estos últimos que lo que estaban provocando o por terceros motivados a hacerlo, eran actitudes nada aceptables por la sociedad en la que se convivía.
Hoy, lastima el ver como los niños o niñas, jovencitas o jovencitos se agreden sin ningún temor, sin ningún respeto, dejando a un lado la vergüenza, en si todo acto moral para con sus semejantes.
Comprobar que esto ya no se da tan solo presencialmente, físicamente, sino presentado de una forma burda y cruel a través de los mismos mecanismos electrónicos que como padres y madres y aun teniendo poca edad, les son suministrados con toda libertad, permitiéndose, permitiéndoles acceder, exhibir y mostrarse en infinidad de sitios en los que, en lugar de educar trastornan los sentimientos, en consecuencia, las actitudes propias y hacia sus más cercanos semejantes.
Preocupante es el ver cómo es que son los centros escolares ese punto álgido, por decir así, donde se desatan la mayoría de estos eventos nada agradables; lamentable es entender que, ante ese relajamiento demostrado, la autoridad educativa ya no es la misma, ya no tiene esa fuerza ni ante los propios padres de familia, ni mucho menos entre el alumnado que la conforma.
Todo por romper esa línea divisora del respeto, en donde el Prefecto, el orientador ya no están desempeñando al cien por ciento su trabajo, el de imponer su autoridad, de trasmitir ellos como profesionales esa figura excelsa e intachable.
Por supuesto que todos tienen responsabilidad, los mismos padres y madres iniciando esa educación en el hogar, sus principios, sus valores, los profesores instruyendo, los directores proponiendo nuevos modelos educativos, logrando entre todo ese balance perfecto.
Claro que no se quiere llegar a imponer una autoridad policial en cada plantel educativo para prevenir o contrarrestar esos actos abusivos, cierto es que no se quiere lastimar de igual modo a ese alumno o alumna que provoca o lesiona a sus compañeros o compañeras sancionándolos con estrictas leyes.
Entonces y al ser ya un problema generalizado, es que el sector educativo debería ya tomar otras alternativas para aplicarlas en sus centros escolares, iniciando por detectar a través de los propios orientadores o prefectos a esos que han sido víctimas directas y en repetidas ocasiones del acoso escolar.
Con esto permitírseles y bajo su propio consentimiento del alumno o alumna, de los padres de familia o tutores, el asignarle sus materias de una forma virtual y no presencial, logrando aliviarle, aligerarle al afectado esa carga emocional y física, evitando en si una fatalidad o tragedia.
Quizás esta sea una medida algo sensible, sin embargo, por algo se tiene que comenzar, partir de ahí para ir generando un nuevo modelo para que cuando sucedan este tipo de eventos agresivos entre los alumnos y alumnas, ya se tengan y se cuenten con alternativas para hacer menos pesado, más controlable este tipo de situaciones.
Pues al no hacerse nada, esa indiferencia de las autoridades educativas estaría “invitando” a que esto ya se tome como algo común, permitido, provocado no tan solo esas acciones rebeldes y agresivas de los alumnos, alumnas, de todos contra todos, sino ahora inclusive hasta con la participación e incitación de los propios padres y madres de familia.