MAURICIO DICE

Ángel

RECORDANDO A MAURICIO Muchos lo recuerdan por su canción Polvo Enamorado, que cantó José José, otros por sus libros como Última Llamada, y algunos por su personalidad alegre, por sus artículos diarios publicados en periódicos como El Mañana de Nuevo Laredo, o Excelsior, o por sus amistades con Luis Donaldo Colosio o la Doña María Félix. Hace 100 años, Nuevo Laredo vio nacer al escritor Mauricio González de la Garza Para celebrar el centenario de su natalicio, El Mañana de Nuevo Laredo comparte algunos de los editoriales escritos por Mauricio González de la Garza. El doctor Mauricio González de la Garza nació el 6 de octubre de 1923 y falleció el 2 de julio de 1996.

Escrito en OPINIÓN el

Hace seis lustros vivía en Coyoacán en la casa de una tía. Yo ocupaba la parte del frente. Una noche yo jugaba a improvisar “El Chorrito”, de Cri Cri muy en especial para la extraordinaria y magnifica planista Stella Contreras. Ella se divertia muchísimo con mis rapsódicos y disparatados acordes Cuando me extraviaba entre tonos y escalas, me decía “resuelve, muchacho, resuelve”.

Jugaba a intentar tocar El Chorrito a la Debussy cuando mi tia que era fina y prudentisima llamó a la puerta: “¿Me puedes hacer un favor?”. Me asombró porque era incapaz de interrumpir y no solía requerirme para ninguna diligencia. Debía haber imaginado que se trataba de algo terrible. Y lo era. En el jardín estaba una señora grandilocuentemente embarazada. Sentí un escalofrío de pavor.

Subimos al carro la inminente y yo. Era la esposa del cuidador del terreno de enseguida, le pedí que me dirigiera a su clínica u hospital porque mi desorientación era muy grave. Su respuesta me congeló de pánico. ‘No tengo ninguno. Vamos a dónde usted disponga pero tiene que ser ya. Perdóneme pero el niño ya va a nacer’”.

Con la izquierda manejaba. Iba a la deriva. Con la derecha, como si fuera demiurgo, le tocaba la frente para posponer el advenimiento. De pronto vi EMERGENCIA. Detuve el carro, cargué a la señora y, hazaña imposible en estado normal, subí a una plataforma para entrar al hospital En ese momento se reventó algo que se llama la fuente y yo quedé bañado no sé de qué líquido embriológico.

Una enfermera me dijo: No. Aquí no la podemos recibir. Esto no es una maternidad. Alegué.

“¿Pero puede ser más emergente que un niño? Vi al fondo, una plancha como de cirugía. Corrí y deposité a la infeliz señora que me decía: Perdóneme, que pena”. Cuando el niño intentó salir, yo candoroso, intenté detenerlo mientras llegaba alguien a atenderla. Fue inútil. El infante tumultuoso, vehemente y decidido se negó a esperar. Lo recibí en las manos con espanto de que se me cayera por resbaloso. Vi, para mi asombro que el cordón umbilical era una columna salominica flexible. El niño pegó un grito, orinó.

Cobré conciencia del lugar. Estaba rodeado de médicos y de enfermeras. Alguien tomó al niño. Reclamé. ¿Por qué no me auxiliaron? Un médico me contestó: “Porque no era posible. Usted estaba en todos lados al mismo tiempo. Calmaba a la señora, le rompió la ropa interior, recibió al niño. ¿Qué podíamos hacer?

Desde entonces, cuando veo a una mujer muy embarazada, huyo. El niño, por cierto, se llamó Ángel, dizque por mí.

Esta semana me han tocado dos partos ineludibles: el de Marea que tuvo dos perritas y el de Musa que hasta este momento solo ha tenido uno. Tanto Marea como Musa han exigido mi presencia. Lo de Marea fue sencillo lo de Musa fue más serlo. Empezó a sentirse rara, y como es primeriza, entendí que no lograba explicarse lo que le acontecía. La apapaché todo el día. La vigilé toda la noche, entendí. Al fin el perrito nació a las 6:25 de la mañana. Lo grave es que la fatiga de Musa era tan grande que no tenía fuerza ni para romper la tela en la que vienen envueltos. Cuando el perrito dejó de moverse, rompí el claustro transparente, le corté el ombligo, lo envolvi en un cojín eléctrico porque se estaba helando. y se salvó. En este momento ya come. Ahora me entero que de partero, poeta y loco, todos tenemos un poco.

5 de julio de 1991