MAURICIO DICE

Plutarco Elías Calles

RECORDANDO A MAURICIO Muchos lo recuerdan por su canción Polvo Enamorado, que cantó José José, otros por sus libros como Última Llamada, y algunos por su personalidad alegre, por sus artículos diarios publicados en periódicos como El Mañana de Nuevo Laredo, o Excelsior, o por sus amistades con Luis Donaldo Colosio o la Doña María Félix. Hace 100 años, Nuevo Laredo vio nacer al escritor Mauricio González de la Garza Para celebrar el centenario de su natalicio, El Mañana de Nuevo Laredo comparte algunos de los editoriales escritos por Mauricio González de la Garza. El doctor Mauricio González de la Garza nació el 6 de octubre de 1923 y falleció el 2 de julio de 1996.

Escrito en OPINIÓN el

SOMOS un país ingrato. Somos un país que pretende funcionar como hongo sexenal. Queremos los sexenios como mágicos reinos por un día prolongado por la Constitución. Los protestantes hace mucho que al rezar el Padrenuestro decían: porque tuyo es el poder y la gloria. Se referían al Dios de los Ejércitos, no al gobernante en turno en sus respectivos países.

Los mexicanos por deformaciones producidas por falta de C19, H28, 02 y algunas otras carencias, entre ellas de neuronas -¿o qué será simple y llanamente cobardía?- nos hemos entregado a la santurronería presidencialista. Basta el símbolo del poder para que simultáneos y unánimes inclinemos reverentes la capacidad no sólo de crítica, sino hasta de la dignidad de la bipedestación.

La sacralización, la idolatría y las confusas pasiones que en torno al trono se proclaman, se declaman y se claman, vistas con ojos de despierto resultan ofensivas. Una mera ojeada por los últimos sexenios pareciera que la admiración por los gobernantes es como el amor por los perros, intenso, apasionado, vehemente pero perecedero y fácilmente transferible. Es una forma de amor canino en el que los sumisos somos nosotros pero que en última instancia el objeto -así tomado como cosa- es el poderoso en funciones.

Y así como se amó al Sultán, al Moro, a la Isis o a la Clitemnestra con el mismo fervor se amará -una vez llorado y enterrado el anterior- al Rex, al Saturno, a la Andrógina o a la Melopea. Es un amor a la raza, a la especie, no al perro en particular.

Los mexicanos ni siquiera alcanzamos a ser viudos. Siempre se nos repone al siguiente para que no padezcamos vacíos de amor. No hay ni siquiera el luto por el poderoso que sí se concede al perro. El sustituto se trepa a la cama antes de que salga el difunto. Y... el muerto al pozo y el vivo al gozo.

Las viudas, las viudas reales, las del corazón y del alma como doña Eva de López Mateos no entienden el adulterino y contubernioso, amén de ingrato, proceso. Entendido el asunto así, un marido nuevo no se ocupa del antecesor aunque le haya heredado hasta el petate. Se habla, en todo caso, de pasados pluscuamperfectos para reclamar herencias o títulos no por reconocer méritos o aceptar responsabilidades.

A veces los difuntos son muy pesados. Así fue el caso del General Plutarco Elías Calles. El vigor, la inteligencia, la agudeza, la fuerza, sus dotes de estadista -inigualados hasta hoy en México- asfixiaban al General Cárdenas.

El General Calles -el Jefe Máximo de la Revolución-, el que inventó lo que hoy es PRI, tuvo al alcance de su mano a José Vasconcelos, al hombre más cercano a la genialidad que México ha producido, y escogió a un amigo cercano. “Conozco al General Cárdenas -habría de decir cuando empezaron los rumores de la escisión-. Tenemos 21 años de tratarnos contínuamente y nuestra amistad tiene raíces demasiado fuertes para que haya quien pueda quebrantarlas”.

Y las raíces se quebrantaron.

Plucarco Elías Calles fue arrojado del país. Y los mismos que lo aplaudían, en su inmensa mayoría, cayeron de rodillas ante el nuevo sol.

Plutarco Elías Calles -con todos sus defectos- era un patriota. Por eso, porque amó a México, porque lo encaminó, a pesar de sus errores, es hombre que en sí lleva su pedestal. Plutarco Elías Calles quería un México mexicano. ¿Lo logró?