DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Golf bajo la nieve

Escrito en OPINIÓN el

Hacía un frío polar, soplaba un viento gélido y caía granizo. Aun así Hoganio, fanático del golf, se levantó aquel domingo, como todos, se vistió y le anunció a su mujer: “Voy al Club Silvestre”. “¿Con este tiempo?” -le dijo la señora. “Sí -confirmó él-. Haré quizá nueve hoyos, pero no puedo dejar de jugar”. Se dirigió al club en su automóvil. En verdad el día estaba fatal: la bruma no dejaba ver nada; el cierzo era feroz y el termómetro marcaba 10 grados bajo cero. Entonces don Hoganio dio la vuelta y regresó a su casa. Entró en la alcoba, se desvistió y se acurrucó en el lecho junto a su mujer. Le dijo: “El tiempo está horrible”. “Ya lo sé -respondió ella-. Y de cualquier modo el idiota de mi marido se fue a jugar al golf como todos los domingos”... Aquel hombre joven acudió a la consulta de un médico del Seguro. Le dijo que se sentía nervioso, inquieto, desasosegado. No dormía bien ni siquiera en la oficina, y sufría un estado de ansiedad continuo. Le pedía que le recetara algún sedante, calmante o tranquilizante. Procedió el médico a hacer el interrogatorio clínico correspondiente y se enteró con sorpresa de que el paciente no ejercía ningún tipo de actividad sexual, ni compartida ni de autoservicio. Le indicó: “Los medicamentos no aliviarán su tensión, joven. Además no tenemos ninguno en existencia. Disponemos sólo de una aspirina con fecha de caducidad vencida y una curita de medio uso. Lo que usted necesita es tener sexo. Vaya a una casa de mala nota, lupanar, mancebía, burdel, congal, manfla o ramería y tenga trato carnal con una sexoservidora. Eso curará de inmediato su nerviosidad. Recuerde el sabio apotegma latino: Semen retentum venenum est”. Siguió la prescripción el joven. Esa misma noche fue a un establecimiento de los mencionados por el facultativo y desfogó sus ímpetus con una de las musas que ahí ejercían su muy antiguo y muy necesario oficio. Terminado el trance el visitante se dispuso a retirarse. “Oiga -le reclamó la mujer-, págueme”. “¡Ah no! -protestó el tipo-. Yo vine aquí por receta de un médico del Seguro. Vaya y cóbreles allá”. (Nota. Va a estar difícil que la pobre mujer reciba su dinero. El IMSS, lo mismo que las demás instituciones oficiales de salud, sufre la austeridad... Mejor hará la citada señora en resignarse y en preguntar en adelante si el paciente es particular o del Seguro)... Aquel señor se asombró al ver que su vecino trataba de entrar a su casa -a la del vecino- por una ventana, en vez de hacerlo por la puerta. Le preguntó, curioso: “¿Qué haces?”. Respondió el otro: “Estoy llegando de un viaje, y voy a sorprender a mi esposa”. Volvió a preguntar el señor: “¿Ahora con quién?”... Los sofistas griegos a la manera de Protágoras, Gorgias y Calicles enseñaban que se puede engañar con la verdad. El relato que ahora sigue parece darles la razón. Un cierto señor gustaba de ir a jugar boliche con sus amigos todos los jueves por la noche. Eso molestaba a su mujer, quien acabó por exigirle que suspendiera sus salidas. Una noche de jueves la señora le pidió al esposo que fuera a comprarle una hamburguesa. Salió el señor a cumplir el encargo, pero en el elevador se topó con la vecina del 14. No alargaré la historia. Fueron al departamento de la dama y ahí gozaron durante varias horas los deleites del amor sensual. Al retirarse el hombre le pidió a la vecina: “Ponme talco en las manos”. Volvió a su departamento y le dijo a su esposa: “No te traje la hamburguesa porque en el elevador me topé con la vecina del 14. Fui con ella a su departamento y ahí gocé durante varias horas los deleites del amor sensual”. La esposa vio el talco en las manos de su marido y le dijo hecha una furia: “¡Eres un mentiroso! ¡Te fuiste a jugar boliche con tus amigotes!”... FIN.

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