Leona Vicario
Esta ilustre mujer, heroína de la Independencia nació y murió en la Ciudad de México (1789-1842), tenía un nombre muy largo pues su nombre completo era, María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador. Vio la luz primera el 10 de abril de 1789 y murió el 21 de agosto de 1842.
Hija de padres criollos, el padre se dedicó al comercio y la madre, como todas las mujeres de su época, se dedicaba a las labores propias del hogar.
Es importante conocer el contexto en el que vivió esta reconocida mujer por su lucha y entrega a la causa de la Independencia. Su participación, fue de gran ayuda y apoyo para los insurgentes.
Entre mediados del siglo XVI y mediados del XVIII cuando estaba totalmente afianzado el sistema colonial, es decir, cuando los valores, la religión y las ideas españolas prevalecían por sobre las culturas indígenas, las que más sufrían la situación social eran las mujeres: ellas eran vistas como personas sin derecho a opinar, a ir a la escuela o a escoger marido. Sus actividades estaban totalmente a causadas a coser, bordar, cocinar, ponerse largos, pesados y estorbosos vestidos que les impedían subirse a un árbol, brincar la cuerda sino que a veces se asfixiaban dentro de un corsé tan apretado que no les dejaba ni respirar.
El ideal de la mujer era convertirse en esposa y a la que no le parecía tener que casarse con el esposo que eligieran sus padres y obedecer las órdenes de su marido, siempre tenía la opción de ingresar a un convento y profesar los votos de la orden religiosa.
Pero aquellas que no querían casarse ni convertirse en religiosas, se convertían en solteronas herederas que podían quedarse en casa vestidas de negro y sin armar mucho escándalo para que su nombre no anduviera de boca en boca. Si eran pobres, atendían a alguna señora adinerada o podían ser artesanas o campesinas y vivir de su trabajo.
Sin embargo, la rebeldía de algunas fue la inspiración para que, poco a poco, otras mujeres se dieran cuenta de que sí podían imponer otra forma de pensar y de vivir.
En el caso de doña Leona Vicario, que quedó huérfana de padre y madre, haciéndose cargo de ella don Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, rico abogado realista en cuyo bufete trabajó de pasante de derecho don Andrés Quintana Roo.
Heredera doña Leona Vicario de una regular fortuna, que administraba su tío, aprendió no solamente a leer y escribir sino, las maneras de hacer las labores del hogar, de administrar bien una casa y de mandar a los sirvientes; en aquella época era todo un arte pues no había licuadoras, ni microondas ni lavadoras, etc.
Siendo todavía niña y en vida de sus padres que supieron encausar en ella toda su energía para lograr sus objetivos, que de hecho se manifestaba cuando se presentaba con estas palabras: Me llamo Leona y quiero vivir libre como una fiera”.
Sus lecturas eran de lo más diversas, pues leía los adelantos científicos recién descubiertos y reflexionaba con obras de carácter filosófico, religioso y literario. Su tío la trató bien y la dejó instruirse bastante más allá lo que a las mujeres de esa época se les permitía.
Rasgos de su personalidad que siempre mostró desde su niñez, adolescencia y vida adulta fue el interés que mostraba en ayudar a las personas menos afortunadas que ella, visitando asilos, orfanatos, alimentando ancianos y niños y ayudando a curar enfermos. Sus biógrafos la describen como una mujer de mucha actividad, nada ociosa.
De cómo surge el enamoramiento con don Andrés Quintana Roo, fue precisamente en el despacho del tío que como abogado reconocido que era, tenía un grupo de pasantes de derecho en los cuales se encontraba don Andrés. Aunque él no venía de una familia tan encumbrada ni tenía una gran posición social, era un hombre de ideas liberales y de gran nobleza. Ahí se conocieron, en aquel despacho y como de novela se miraron y los dos quedaron convencidos de ser el uno para el otro.
Don Andrés era yucateco, hijo de un notable escritor y político simpatizante de las causas insurgentes.
Cuando fue descubierta la conspiración y a la renuncia del Virrey Iturrigaray don Andrés se sumó a las filas insurgentes. Pero antes de irse a la lucha, pidió la mano de Leona Vicario, a don Agustín Pomposo, quien le negó no sólo la mano, sino a la muchacha entera, según sus biógrafos.
Andrés partió, pero con la esperanza del amor de su querida Leo. Mientras Leona Vicario ya escribía y publicaba en el periódico El Federalista Mexicano sobre las causas insurgentes. Y así mantuvo mediante cartas una relación con la Junta de Zitácuaro. Descubierta por las autoridades realistas fue aprehendida y encarcelada en el convento de Belén de Las Mochas y sometida a proceso por la Real Junta de Seguridad y Buen Orden. En los interrogatorios, nunca delató a nadie. Del convento fue rescatada por simpatizantes y amigos insurgentes que la sacaron de la Ciudad de México, ellos disfrazados de arrieros y ella de negra, conduciendo un atajo de burros. Así fue como llegó Leona al Congreso donde se encontraba don Andrés Quintana Roo para contraer matrimonio y junto con él y los demás diputados anduvieron trashumantes, viajando de un lugar a otro, muchas veces a pie y con el peligro inminente de caer en manos de los realistas.
Muerto don José María Morelos y Pavón, el matrimonio anduvo como judío errante por montes y cañadas, ranchos y rancherías, careciendo a menudo de lo más indispensable. Nos dicen sus biógrafos que su primera hija nació en una cueva allá por la sierra de Guerrero, ésta fue Genoveva. Hubo una segunda hija María Dolores de la Soledad, pero ésta ya nació en la Ciudad de México en 1823.
En 1818 ya muy cerca los realistas del grupo de diputados del Congreso de Chilpancingo don Andrés le propuso a su esposa que solicitaría un indulto a fin de que regresara a la Ciudad de México, cosa que ella no aceptó de muy buena gana y que por otra parte habiéndola aprehendido no respetaron aquel indulto, por lo que enterado don Andrés Quintana Roo pidió al Virrey que le otorgasen dicho beneficio, el que le fue otorgado con la condición que se exiliaran a España. Como no había dinero en las arcas virreinales fueron arraigados en Toluca, donde vivieron hasta 1820. Doña Leona Vicario había destinado toda su fortuna a la causa insurgente. Ella fue el correo de la insurgencia y espía de ellos, pues enviaba a sus más fieles sirvientes a prevenir de cualquier maniobra realista a los insurgentes.
Cuando anduvo prófuga le fueron confiscados sus bienes, razón por la cual entabló juicio contra el consulado de Veracruz por haberle quitado sus bienes: obteniendo sentencia favorable con una indemnización de 112,000 pesos que no pudieron pagárselos en efectivo, se le entregó la hacienda de Ocotepec y las casas número 2 de la calle del Santo Sepulcro de Santo Domingo y las numero 9 y 10 de la esquina de Cocheros hoy Brasil esquina con Colombia, así como las propiedades de esa misma cuadra.
Ahí vivieron don Andrés y Leona Vicario por 19 años. La casa grande de dos plantas que aprovecharon para vivir ellos en la parte alta y rentar la planta baja. Se sabe que su primer inquilino fue Antonio López de Santa Ana, famoso en esa época por haber derrocado el gobierno del emperador Agustín I con su famoso Plan de Casamata.
Como ya quedó dicho, doña Leona Vicario murió el 21 de agosto de 1842, a los 53 años de edad. Don Andrés su esposo y compañero de tantas luchas libertarias le sobrevivió 8 años.
Fue declarada por el Congreso como la Infanta de México y también Benemérita de la Patria. En 1900 sus restos fueron trasladados a la rotonda de los hombres ilustres.
María Tomasa Estévez y Salas
Durante los primeros 5 años de la guerra de Independencia, que sería la primera etapa de la lucha insurgente, en el suelo de la Nueva España ya se había derramado mucha sangre, por las intendencias desde Chihuahua a Oaxaca, desde Veracruz hasta Jalisco, y las Provincias Internas de Oriente, que comprendían los estados ahora de San Luis Potosí, Coahuila, el Nuevo Reino de León, Nuevo Santander y Texas. Muchas habían sido las vidas sacrificadas en los campos de batalla y en los paredones donde fueron fusilados. Uno de los más crueles defensores de la Corona Española, sin duda fue, don Félix María Calleja del Rey - quien por cierto contrajo nupcias con María de la Gándara, se dice la única Virreina mexicana-. Fueron años difíciles para la insurgencia y los simpatizantes de este movimiento.
La fama de María Tomasa Estévez como heroína de la Independencia fue por su gran ayuda al bando insurgente; sabía cómo infiltrarse en las tropas realistas y de esta manera obtenía la información que transmitía a los insurgentes. En agosto de 1814, se batieron las fuerzas de los dos bandos, en la que fue aprehendida y fusilada doña María Tomasa Estévez y Salas. Práctica muy común entre los realistas, esta de fusilar a las mujeres insurgentes. Y así fue pasada por las armas, un martes 9 de agosto de 1814, esta mujer seductora, fue decapitada y expuesta su cabeza en la plaza pública de Salamanca días después de su muerte.
María Fermina de Rivera
Nacida en la ranchería Tlaltizapan, del estado de Morelos, de la que se desconoce su fecha de nacimiento y que fue esposa del Coronel de Caballería José María Rivera, activo participante de las luchas con don José María Morelos y Pavón. Se sabe, por el historiador Luis González Obregón, que a la muerte de su esposo ella asumió el mando del grupo de insurgentes que su esposo comandaba, y de ahí el mote de “La Coronela”.
Lo mismo que sus compañeros de armas, vivió los avatares de aquellos tiempos de lucha, como era el de pasar días sin comer, el de sortear veredas y caminos peligrosos, con climas inhóspitos. Se cuenta que de los muertos en combate o heridos tomaba los fusiles para seguir combatiendo contra los realistas. Murió en pleno combate en Chichihualco, hoy estado de Guerrero en 1821. Y así fue como cayó aquella mujer entregada, decidida, disparando su fusil y defendiendo la causa de la Independencia. Hoy honramos su memoria en estas cuantas palabras a María Fermina de Rivera que en aras de una patria libre le fue arrebatada la vida por los realistas.
Manuela Medina 'La Capitana'
Historiadores acuciosos como don Luis González Obregón y Elías Amador, se refieren a doña Manuela como originaria de Texcoco, y que dio su vida en aras de la libertad y la Independencia de México. “La patriótica mujer se ufanaba de no haber luchado en vano y de haber defendido en los campos de la lucha armada, las ideas de Hidalgo, de Morelos y de todos los patricios de los 11 años de la insurgencia”.
“La Capitana”, le fue otorgado el grado desde los primeros años en que tuvo contacto militar con don José María Morelos y Pavón en abril de 1813. En los años difíciles de la lucha insurgente, no solicitó indulto, sino por el contrario siguió luchando al frente de la tropa que había organizado. Aun cuando no hay noticias pormenorizadas de los combates en los que estuvo presente, se sabe con acierto que participó en el puerto de Acapulco donde los realistas fortificados en el castillo de San Diego -hoy Museo de Historia- se rindieron el 20 de agosto de 1813.
La heroína texcocana murió pobre y calladamente y en su tierra natal no hay siquiera un monumento o una escuela que lleve su nombre, y conforme a su grado militar se sabe que nunca recibió emolumento alguno. Su muerte se registra el 2 de marzo de 1822, a consecuencia de algunas heridas de bala que recibió en combate y que la tuvieron postrada varios años hasta su muerte.
En vida, don José María Morelos y Pavón le reconoció y la distinguió con elogios en favor de su entrega a las causas de la Independencia. Tan poco recordada esta heroína que renunció a todo, familia y bienes para entregar su vida por la patria.
Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín
Esta distinguida dama nació en la Ciudad de México en 1775; y murió en 1821. Sus biógrafos nos dicen que ella y su esposo Manuel Lazarín apoyaban a la causa de los insurgentes. Cuando llegó la noticia a la Ciudad de México de la aprehensión de don Miguel Hidalgo un 21 de marzo, lunes de Semana Santa de 1811, la primera reacción de doña Mariana fue “tenderle una emboscada al Virrey en su paseo acostumbrado y ahorcarlo”. Aquella conspiración falló, pero quedó en la conciencia de los conspiradores como la conspiración del año de 1811, despertando en los habitantes del virreinato el espíritu insurgente. Los esposos Lazarín fueron detenidos al ser descubiertos de la conjura y puestos en prisión, hasta el año de la consumación de la Independencia, 1821, año en el que fueron puestos en libertad.
Otra de las mujeres poco recordadas y que participaron activamente en la lucha de Independencia fue doña Gertrudis BocaNegra de Lazo de la Vega, quien perdió por la causa insurgente batiéndose en la lucha contra los realistas a su esposo Pedro Lazo de la Vega, y su hijo José Manuel Nicolás. Nació esta heroína en Pátzcuaro, Michoacán, en 1765 y murió el 11 de octubre de 1817. Su padre fue un rico comerciante español. Cuando se inició el movimiento de la Independencia, ella y su esposo junto con su hijo abrazaron la causa.
Don Pedro y José Manuel Nicolás murieron en plena lucha, combatiendo contra los realistas.
Gertrudis auxilió a las tropas insurgentes con noticias, dinero y armas para la guerra. Fue delatada y aprehendida en su casa, nunca denunció a quienes le sirvieron de correos y espías por la causa insurgente, por lo que fue condenada a muerte y así fusilada en la plaza mayor de Pátzcuaro en la que todavía con la fuerza y el valor propio de ella, gritaba vivas a la causa de la libertad y la Independencia.
La ciudad de Pátzcuaro, Michoacán, la recuerda por aquellas palabras que gritó diciendo a un puñado de público que se habla reunido para presenciar su fusilamiento: “No desmayen, sigan luchando por la causa de la patria. Llegará el día de le libertad. Luchad con fe y constancia, Dios habrá de premiar vuestro esfuerzo”