“Efímero el placer, como el del coito”. Tecitoy Mecitas es intelectual de nómina, poeta profesional y encargado de un taller literario. (En México hay más talleres literarios que Oxxos. Es una pena que por cada 100 escritores haya sólo un lector). Aquel verso endecasílabo sería el primero de un soneto que Tecitoy se proponía hacer, y que ocultaría a su esposa, pues la señora no gusta de “alusiones sicalípticas” -son sus palabras- y rompe cuantos poemas de su marido le parecen sospechosos. Una vez le rompió uno porque decía: “La majestad del pájaro en la altura...”, y la doña pensó que eso contenía una sugerencia erótica. La idea de Mecitas en lo relativo a la corta duración del deleite carnal coincide extrañamente con la frase en la cual lord Chesterfield manifestó su opinión sobre el acto sexual. Dijo: “El esfuerzo es mucho, el placer momentáneo y la posición ridícula”. Ciertamente son numerosos los casos en los cuales el varón no logra contener su ardor y dura menos en la unión carnal que lo que tarda un cura loco en santiguarse. Hay un idioma oriental, me informa cierto sapiente amigo, en el cual el enunciado “eyaculación prematura” se expresa con una sola palabra: “komokeyá”. Un individuo acudió a la consulta de un terapeuta sexual y le dijo que terminaba la relación en forma demasiado rápida. Le preguntó el especialista: “¿En qué momento termina usted?”. Respondió el sujeto: “Entre ‘¿Cómo te llamas?’ y ‘¿De qué signo eres?’”. Otras veces, sin embargo, la coición tarda en terminar. Una noche la unión conyugal de un cierto señor y su mujer se prolongaba demasiado. El marido le preguntó a su esposa: “¿Qué te pasa? ¿Tampoco tú puedes pensar que estás con alguien más?”. Irving Wallace, escritor norteamericano que estuvo muy de moda en las últimas décadas del pasado siglo, es autor de un libro cuyo título es “Los siete minutos”, publicado en 1969 -mera coincidencia-, en el cual el autor afirma que después de hacer investigaciones en numerosos países concluyó que la duración promedio del acto sexual es aquélla: 7 minutos, más del doble de un round de boxeo. La pareja de otro amigo mío le pedía que no acabara tan pronto. Él, para retrasar lo más posible la terminación del acto, se ponía a recitar mentalmente las tablas de multiplicar. Ocasión hubo en que llegó hasta la del 44. Un tercer amigo, que a veces terminaba la navegación cuando ella aún no se acercaba al muelle, le pedía a su compañera que cantara himnos religiosos para apartarle la mente del acto y así no acabarlo tan pronto. Ella entonaba con buena voz “Tú reinarás”, “Venid, pecadores” y “Altísimo Señor”. Eso a él lo ayudaba mucho, pero a ella la distraía bastante. Yo digo que cada quien tiene su propio ritmo. Feliz pareja aquella que logra hacer coincidir sus sensaciones. Terminar los dos al mismo tiempo es uno de los mayores éxtasis que se pueden experimentar. Si los dioses conocen uno mejor se lo guardaron para ellos. Sin embargo, más que las técnicas y habilidades sexuales lo que cuenta en la cama es el amor hecho ternura y comprensión. El diálogo sincero ayudará a la pareja en este campo, lo mismo que en todos los de la relación. No soy un profesional de la materia: hablo de ella con la audacia que la ignorancia da. Pero algo sé acerca del amor, y creo que ese conocimiento los supera a todos. “Ama y haz lo que quieras”, postuló Agustín de Hipona, gran santo porque antes fue gran pecador. Si no hay amor seremos como aquella pareja del cuento. Al terminar el trance erótico en el Motel Kamagua ella le dijo a él: “No vuelvo a estar contigo. Eres un pésimo amante”. Protestó él con enojo: “¿Cómo puedes decir eso después de sólo 10 segundos?”... FIN.
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