Sir Hubert Highass estaba narrando sus aventuras cinegéticas ante los socios del Gun and Gin Club de Londres. Relató: “Salí del campamento a fin de satisfacer una necesidad menor. De pronto surgió de la espesura un gran gorila. ¿Qué hacer? Había dejado en la tienda de campaña mi rifle Magnum y mi cuchillo de monte. Agarré entonces al simio por la cola, le di varias vueltas en el aire y lo arrojé lo más lejos que pude. Así salvé la vida”. Habló uno de los socios: “Perdona, old chap. Los gorilas no tienen cola”. Repuso el narrador: “Pues no sé de dónde lo agarraría, el caso es que salvé la vida”... (Nota. El relato de sir Hubert no es creíble, como casi todas las historias que los cazadores cuentan. Los expertos en fisiología animal reportan que el pene de los gorilas es ridículamente pequeño en relación con su corpulencia, tanto que las gorilas nunca saben si ya están ahí o todavía no. Tomemos pues cum grano salis, o sea con cauteloso escepticismo, la anécdota narrada por el cazador inglés)... ”... Una señora le contó a su vecina: “Mi marido desapareció hace una semana. Lo he buscado por todas partes y no lo he encontrado”. Sugirió la otra: “¿Por qué no llamas a la policía?”. “Oh no -se asustó la mujer-. Ellos sí lo encuentran”... Doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, defensora de la pública moral, quiso poner en su casa un gallinero. Deseaba tener productos de gallina para comer. Así dijo púdicamente, “productos de gallina”, a fin de no usar la palabra “huevos”. Para tal efecto fue a una granja y le pidió al granjero que le vendiera 10 gallinas y 10 gallos. “Señorita -le indicó el hombre-. Para 10 gallinas un gallo es suficiente”. “¡Ah, no! -rechazó doña Tebaida, terminante-. ¡Promiscuidades en mi casa no!”... Grande fue la sorpresa de la corte cuando la princesa Guinivére dio a luz un sapito. “¿Lo ves? -le dijo la reina madre-. Te dije que no era un príncipe encantado!”... Don Mercurio era dueño de una pequeña fábrica de ropa, tan pequeña que sólo tenía dos vendedores. Cierto día los llamó a su despacho y les habló. “Muchachos: las ventas están muy bajas. Si seguimos así la empresa quebrará. He decidido hacer un concurso entre ustedes. El que en este mes venda más se ganará una noche de placer”. Preguntó uno: “Y ¿qué sucederá con el que venda menos?”. Contestó don Mercurio: “Ése será el encargado de proporcionarle al ganador la noche de placer”... Narraré ahora un episodio histórico que algunos investigadores tachan de apócrifo, pero que sucedió a principios del pasado siglo en la llanura de Río Negro, a 15 millas de Picadillo, Texas. (Se pronuncia Picadilo). Hubo ahí un enfrentamiento entre apaches y soldados de la Unión a quienes servía de explorador y guía Pancho el Mexicano, famoso por su conocimiento de la táctica llamada “contrahuella”, que usaban los guerreros indios para engañar a sus perseguidores. Se ponían los guaraches con lo de atrás para adelante, y así parecía que iban a un rumbo cuando en verdad se dirigían al opuesto. Al principiar la escaramuza una flecha le pegó en el cuello al coronel Highrump, que por tal motivo no pudo ya hablar. Requirió papel y lápiz y escribió: “El que tenga más balas vaya a Picadillo a solicitar refuerzos”. “Ése soy yo” -dijo al instante Pancho. Y así diciendo montó su veloz caballo, el Flamazo, y salió al galope hacia el fuerte. Al coronel y a los soldados les llamó grandemente la atención el hecho de que, aunque los apaches le arrojaron a Pancho lanzas, flechas y mentadas de madre, él no les disparó un solo tiro. Cumplió su misión: a poco llegó la caballería y puso en fuga a los guerreros indios. Los soldados le preguntaron al mexicano: “¿Por qué no les disparaste a los apaches? Lo que el coronel escribió fue: ‘El que tenga más balas...’, y tú dijiste: ‘Ése soy yo’”. Replicó Pancho: “Ah caray, yo leí: ‘El que tenga más bolas’”...FIN.
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