Lady Loosebloomers, la esposa de lord Feebledick, fue a visitar a Hardon, su chofer, quien se hallaba en el hospital convaleciendo de una neumonía. Al llegar al nosocomio preguntó: “¿En qué cuarto está Mr. Hardon?”. Inquirió a su vez la recepcionista: “¿Es usted su esposa?”. “¡Por supuesto que no! -se indignó lady Loosebloomers-. Todavía hay clases sociales, señorita. Soy sólo su amante”... La chica de provincia hizo rápidos progresos en la capital: a los seis meses de vivir ahí ya tenía departamento propio, coche del año, joyas y un estupendo guardarropa. Unas amigas de su pueblo fueron a visitarla, y muy admiradas le preguntaban cómo le había hecho. “-A nadie revelaré jamás el secreto de mi éxito” -les respondió ella. Poco después, cuando iban por la calle, la muchacha resbaló y se dio un sentón. “-¡Ay, Pirujina! -exclama con estudiada alarma una de las amigas-. ¡Ojalá no te hayas lastimado el secreto de tu éxito!”… El individuo aquel despertó con una cruda espantosa, consecuencia lógica de la tremenda pítima que se había puesto la noche anterior. Decidió que no estaba en condiciones de ir al trabajo, de modo que con manos temblorosas descolgó el teléfono y llamó a la casa de su jefe. “-Don Algón -le dice-. Le hablo para avisarle que no voy a ir a trabajar. Estoy enfermo, tuve que mandar a los niños a la escuela con un vecino. Acaba de irse el médico y me dice que por lo menos este día no me levante, que ya mañana estaré mejor y podré presentarme en el trabajo”. “-Qué bueno, Empédocles -le dice malhumorado el jefe-. Pero no se hubiera molestado en llamarme. Hoy es domingo”… El gerente de la compañía acababa de contratar a un nuevo subgerente. Le dice muy solemne: “-¿Y está usted consciente, señor Ovonio, de cuál es la función de un subgerente?”. “-Claro que sí, don Algón -responde el tipo-. Debo echarme la culpa de todas las indejadas que cometa usted”… Un hombre y una mujer llegan a un hotel, sin equipaje. “-Este es un hotel decente -les dice el administrador-. Y no me parece que ustedes sean casados”. “-¿Lo ves? -dice muy enojada la mujer al hombre-. Te decía que trajéramos por lo menos un veliz”. “-Tú tuviste la culpa, por tardarte tanto” -replica el hombre”. “-Eres un inútil”. “-Y tú eres una idiota”. “-Ya no discutan -dice entonces el administrador-. Pasen a su habitación. Se ve que son casados”… El pollito le pregunta a la gallinita: “-Mami: ¿te costó mucho traerme al mundo?”. “-Cómo no, hijito -responde la gallinita con ternura-. Me costó un huevo”… El doctor iba a operar a Pepito de las amígdalas. Ya en el quirófano, antes de aplicarle la anestesia, llama a sus estudiantes a fin de que observen la intervención. Una de las alumnas revisa a Pepito. “-Qué raro, doctor -expresa muy desconcertada-. Este niño tiene cuatro amígdalas”. “-No seas indeja, mensa -le dice Pepito con temblorosa voz-. Es que estoy asustado”… Dice una muchacha a su amiga: “-El domingo pasado fui a nadar. Me dio un calambre y estuve a punto de ahogarme. En el momento en que sentí que iba a morir toda mi vida me pasó por la mente como una película”. “-Debe haber sido una película porno” -comenta la amiga… “-Vengo a cobrar la mitad del seguro de vida de mi esposo”. “-¿La mitad? Ni la mitad ni nada le podemos pagar, señora. Su marido todavía está vivo”. “-De día sí. De noche parece que está muerto”…
Se casó un muchacho que era muy dado al estudio de las disciplinas orientalistas. Al comenzar la noche de bodas, aprovechando que su flamante mujercita se estaba dando un duchazo, el muchacho apagó la luz de la habitación, encendió unas veladoras y puso a arder unas varitas de incienso. En eso sale la muchacha. Ve todo aquello y dice entre halagada y confundida: “-¡Ay, Ultimiano! ¡Veladoras! ¡Incienso! ¡Ni que fuera virgen!”. FIN
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Todavía hay clases
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