NAVEGACIONES

La guerra a oscuras

Escrito en OPINIÓN el

Es un hecho que en diversas ciudades ucranias las poblaciones que aún quedan en ellas se enfrentan a bombardeos cotidianos; de las fuerzas rusas, en algunas, en el sur y el centro, de fuerzas de la propia Ucrania, en el Donbás. ¿De qué proporciones son los ataques? Quién sabe. Porque mientras tanto, la opinión pública mundial experimenta el bombardeo de mentiras de todas las tallas por los medios (des)informativos y verdaderos escuadrones parainformativos que operan en redes.
En los noticieros es posible escuchar expresiones de supuestos expertos que aseguran: Rusia prácticamente no ha podido emplear a su fuerza aérea; otros, en cambio, dicen que la fuerza aérea rusa realiza unas 100 misiones diarias sobre Ucrania. Hay quienes afirman que han muerto ya más de 10 mil soldados rusos y que ante la encarnizada resistencia local, los invasores se vieron obligados a desistir de su propósito de tomar Kiev. Otros sostienen que no, que no han desistido, y que más bien han optado por ahondar el sufrimiento de la población civil para ablandar la resistencia militar de los defensores.
Hace días, según estas especies, los atacantes estaban a punto de partir en dos al ejército ucranio para cercarlo en el oriente del país. Otros concluían que eran los rusos los que estaban a punto de verse cercados en el norte.
Y cosas más grotescas, como un señor de la televisión española que dijo: Mariupol ha sufrido una destrucción como no se vio ni en la Segunda Guerra Mundial, o la de una corresponsal ucrania de un medio mexicano que transmitiendo desde Tiflis, Georgia, dijo que ese puerto “ya no existe como ciudad”. Pero el miércoles pasado se reportó que en la víspera la acción de la artillería rusa había dejado 25 heridos, en tanto que en febrero de 1945 dos días de bombardeos aliados sobre Dresde (Alemania) causaron 25 mil muertos.
Y en el torrente de imágenes de edificios destruidos que nos regalan los medios y las redes, el puerto de Mariupol no se ve, sin embargo, tan extinto como Stalingrado tras el asalto nazi ni como Hiroshima luego del bombazo gringo. Y de la versión rusa del ataque.
Otra cosa: mientras Putin y Biden se enseñan el uno al otro los colmillos nucleares y se acusan mutuamente de jugar con armas químicas en Ucrania, los gobernantes de Europa occidental se agitan ante la disyuntiva de profundizar sanciones económicas que dañan a sus propios países casi tanto como a Rusia y se esfuerzan por evitar, in extremis, los peligros de una internacionalización del conflicto que ellos mismos atizaron durante dos décadas al exacerbar las obsesiones de seguridad nacional de la que sigue siendo, pese a todo, una superpotencia atómica.
Tal vez sea cierto lo que dicen los analistas occidentales –todos lo repiten como mantra– de que a Putin lo engañaron sus consejeros, que el Kremlin sobrestimó sus propias fuerzas, subestimó las de Ucrania, se entrampó en una cadena de fallos logísticos y ahora tiene que reagrupar fuerzas, pasar a una guerra de posiciones, resignarse a no obtener una rendición total e incondicional y destruir todo lo que pueda para arrancarle concesiones territoriales a Vladimir Zelensky en la mesa de negociaciones.
Pero tal vez en los planes originales del gobernante ruso nunca figuró la toma de Kiev ni se propuso la abdicación de su homólogo ucranio y mucho menos decapitar al gobierno de la nación invadida. En todo caso, no deja de resultar extraño que Zelensky siga grabando mensajes en video con toda la tranquilidad del mundo desde el palacio presidencial de la calle Bankova, un edificio que habría podido ser demolido a misilazos desde el primer día de la invasión, como fue el destino de la mayor parte de los edificios gubernamentales en Bagdad y de las estrambóticas residencias de Saddam Hussein durante las guerras de 1991 y 2003.
Para las sociedades –las occidentales, la rusa, la de la propia Ucrania– la guerra transcurre a ciegas. A mayor caudal de información desde el teatro de operaciones, más disminuye la posibilidad de saber qué está pasando. Sin contar con las ‘fake news’, las coberturas noticiosas in situ y los sesudos análisis a distancia oscurecen los hechos en lugar de esclarecerlos.
Ciertos e indudables son los sufrimientos de civiles y militares entrampados en el conflicto, los impactos negativos en la economía mundial y un capítulo más del declive de Europa –Rusia incluida– ante polos de poder planetario situados en otros continentes: Estados Unidos y China.
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