DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Le gusta cantar en la ducha

Escrito en OPINIÓN el

“-Señor juez -dice el señor al encargado del tribunal de lo familiar-, vengo a que me divorcie usted de mi señora. “-¿Cuál es el fundamento de su solicitud? -inquiere el juez-. ¿Que causa alega usted para demandar ese divorcio?”. “-Es que mi mujer canta en la ducha” -dice el tipo-. “-Oiga -se molesta el juez-. Ese no es motivo de divorcio. Muchas señoras cantan en la ducha”. “-Sí -responde el tipo-. Pero la mía se acompaña con un trío”… Bubio era un tit man. ¿Qué es un tit man? En slang americano es un hombre cuya parte favorita del cuerpo femenino es el busto. Se distingue del butt man, que en el caderamen de la mujer encuentra su punto preferido de contemplación. Yo pienso que la mayoría de los varones somos como el Oaxaquita, músico callejero de mi ciudad, que tocaba en su viejo y roto violín Las Mañanitas a quienes cumplían años. La gente lo quería bien; lo invitaban a pasar y le preguntaban qué quería: desayunar o almorzar. Él bajaba la cabeza, humilde, y contestaba: “Las dos cositas”. Sucedió que Bubio conoció en un antro a una bella mujer de magnífica, opulenta proa. Tras entablar conversación con ella le propuso: “Te apuesto 50 pesos a que puedo acariciarte el busto sin tocar ninguna prenda de tu ropa”. Ella, divertida, aceptó la apuesta, segura de ganarla. Entonces el lascivo sujeto acarició cumplidamente los dos atractivos hemisferios de la dama. Le dijo ella: “Pero tocaste mi ropa”. “Es cierto -admitió Bubio-. Perdí la apuesta. Aquí tienes tus 50 pesos”... Doña Holofernes, dueña de la granja Lada, le confió al granjero vecino un problema que tenía: el toro semental no cumplía su oficio con las vacas. Le dijo el hombre: “Yo tenía el mismo problema con mi toro, pero una médica veterinaria me recomendó que lo sometiera a una dieta de trigo, maíz y sorgo mezclados con aceite de oliva y miel de abeja, y después de sólo tres días de darle ese alimento el toro recobró sus ímpetus. Ahora lo que no sé es cómo mantenerlo alejado de las vacas”. Semanas después el granjero se topó con el marido de doña Holofernes. Le dijo: “Lo veo bastante más gordito que la vez pasada, vecino”. “Sí -reconoció el otro-. Es esa dieta a que me tiene sometido mi mujer a mañana tarde y noche a base de trigo, maíz y sorgo mezclados con aceite de oliva y miel de abeja”... El médico veterinario llegó a su casa después de una dura jornada de trabajo. Tenía ganas de pasar una romántica velada con su esposa, y así se lo había manifestado por teléfono antes de ir a casa. Ella, que compartía aquel deseo, lo esperó vestida sólo con transparente negligé. Le preparó un martini; juntos disfrutaron una agradable cena con música suave y luz de velas, y luego se dirigieron abrazados hacia la alcoba conyugal. En el lecho empezaron las acciones amorosas. En el preciso instante en que él se disponía a trasponer la puerta del íntimo deliquio sonó el teléfono. Quien llamaba era una de sus clientes. “Doctor -dice la mujer-. Estoy tratando de dormir, y hay una pareja de gatos haciendo el amor en la azotea de mi casa. Sus maullidos, quejidos, resoplidos, gemidos, bufidos y gañidos son tan fuertes que me es imposible conciliar el sueño. ¿Qué puedo hacer?”. Contesta sin vacilar el veterinario: “Dígales a los gatos que alguien les llama por teléfono”. Pregunta la mujer, dudosa: “Y ¿usted cree que eso los detendrá?”. Contesta rencoroso el médico: “A mí me detuvo”…  FIN
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