Con mi admiración y gratitud a Luis Echeverría Álvarez.
China y México cuentan con una historia milenaria. Su amistad es larga. Iniciaron sus relaciones comerciales a mediados del siglo XVI, con la Nao de China, primera ruta comercial con América Latina, la cual funcionó durante 250 años.
Desde la fundación de la República Popular China en 1949, México mantuvo contactos amistosos, destacándose la visita del ex presidente Lázaro Cárdenas quien fue recibido como vicepresidente del Consejo Mundial de la Paz, el 21 de enero de 1959 en Beigíng por Mao y el premier Chou En-Lai. Posteriormente el presidente Adolfo López Mateos visitó la Feria Comercial en Huang Dong.
Hace 50 años el Estado mexicano dio un salto hacia adelante en plena Guerra Fría, decisión no exenta de presiones y riesgos, y formalizó sus relaciones diplomáticas el 14 de febrero de 1972 con China.
El 25 de septiembre de 1971, Albania presentó a la XXVI Asamblea General un proyecto de resolución que pedía el ingreso de China a la ONU y la expulsión de la camarilla de Chiang Kai-Shek, y restituir a la República Popular China sus derechos como único y legítimo representante en la Naciones Unidas.
Haber servido al presidente Echeverría por más de 50 años me vinculó a China como testigo de la historia. Siendo modesto ayudante lo acompañé a la ONU en aquella ocasión que pronunció su histórico discurso ante la XXVI Asamblea General, el 5 de octubre de 1971, manifestando: “Un avance trascendental para realizar el principio de universalidad, será dar la bienvenida durante el actual periodo de sesiones a los representantes de la nación que alberga en su territorio a la cuarta parte de la población mundial. La República Popular China y su consecuente ingreso al sitio que le corresponde en el Consejo de Seguridad. Al mismo tiempo será necesario reconocer que la soberanía e integridad territorial de la nación china son jurídicamente indivisibles”.
La tesis del presidente mexicano fue sencilla: “No hay dos Chinas, es una sola, la soberanía es indivisible”.
El 25 de octubre de ese año, la XXVI Asamblea aprobó la admisión de China como miembro de la ONU y su asiento en el Consejo de Seguridad, lo cual representó uno de los mayores logros desde la génesis de la ONU en 1945.
El comunicado conjunto por el cual formalizaron sus relaciones diplomáticas China y México fue firmado en Nueva York por el embajador Alfonso García Robles y el representante chino Huang Hua. Decisión basada en principios de igualdad jurídica, respeto a sus soberanías, aprobación de la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, aprobación del Tratado de Tlatelolco, respeto mutuo a la independencia e integridad territorial; no agresión, no intervención, y lucha por el Nuevo Orden Internacional (NOEI). Después de lo anterior los dos países establecieron sus respectivas embajadas.
Del 19 al 21 de abril de 1973, el presidente Echeverría acompañado de la compañera María Esther, realizó su primera visita de Estado a ese país. Fue recibido calurosamente por el pueblo como un gran amigo en el aeropuerto de Beigíng, por Chou En-Lai y Deng Xiao Ping, arquitectos de la China moderna. Al final de la visita fue recibido por Mao, con un caluroso abrazo y saludo fraterno que sellaría la amistad para siempre entre los dos pueblos.
El breve relato antes mencionado me permitió ser testigo de la historia y contemplar el ascenso del gigante asiático. Hazaña que logró su transformación económica y tecnológica en tan solo 40 años, abandonando el subdesarrollo hasta posicionarse como segunda potencia económica global.
Digno de encomio fue la conducta del Estado mexicano, inspirado en su diplomacia activa, autónoma y no subordinada. Faro de luz inspirado en el respeto al derecho ajeno.