El feliz papá le mostró a su compadre a su hijita recién nacida. Le dijo con orgullo: “Tiene mis ojos, mi nariz, mi boca, mi color de cabello...”. “Sí -confirmó el otro-. Pero ese lunar en la pompita es de mi comadre”... Yo tengo muchas teorías y muy pocas prácticas. Con las primeras llenaría más tomos que los de la Enciclopedia Espasa; las segundas alcanzarían apenas a cubrir una estampilla de correos. La otra noche, en reunión de amigos, nos preguntamos por qué chocamos las copas cuando bebemos la rica sangre de la tierra, el vino. Sobre eso también tengo una teoría. El vino, lo mismo que el amor, se ha de gozar con los cinco sentidos. Con el de la vista disfrutamos el color del vino, ese rojo profundo que en palabras de Homero muestra el océano a la hora del crepúsculo. Yo vi “el mar del color del vino” durante una travesía a Creta, donde conocí uno de los primeros laberintos de mi vida. Con el olfato percibimos el intenso aroma de un buen tinto, que al sentir que ya salió al mundo deja escapar todos sus perfumes. Con el tacto sentimos la redondeada forma de la copa, tan semejante a un seno de mujer. Y -placer máximo- con el gusto gustamos el sabor del vino y percibimos las verdades que hay en él. Nos faltaba, sin embargo, disfrutar ese precioso don de Dios con el oído. Entonces chocamos las copas, y eso es como un repique de campana que nos llama al amor, a la amistad, al gozo pleno de la vida…Don Cucoldo regresó de un viaje antes de lo esperado. Lo primero que hizo al llegar a su casa fue ir al baño a desahogar una necesidad menor. Nada menor fue su sorpresa, sino antes bien mayúscula, cuando vio a su mujer en la bañera en compañía de un atlético individuo. Antes de que el azorado señor pudiera articular palabra habló su esposa. “No pienses mal, Cucú. Leí una estadística según la cual seis personas se ahogan cada año en la tina de baño, y por si las dudas contraté un salvavidas”... El fiscal acusador era un hombrón robusto y de estatura procerosa. La abogada defensora, en cambio, era menudita. Al empezar los alegatos el fiscal se burló de ella: “¿Tendré como adversaria en este juicio -preguntó con sorna-, a una mujercita a la cual puedo llevar en el bolsillo trasero de mi pantalón?”. Replicó al punto la abogada: “Si mi ilustre colega me pusiera ahí tendría más inteligencia en las nalgas que en la cabeza”... En la puerta del cine un invidente pedía a los transeúntes: “Den una cooperación para que este pobre ciego pueda entrar al cine con su novia”. Lo increpó una señora: “¿Para qué quiere entrar al cine? ¿No dice que es ciego?”, “Ciego sí, señora -admitió el tipo-, pero no manco”... A las 8 de la mañana la esposa le preguntó a su marido: “¿Quieres desayunar?”. “No -respondió él-. Bebí anoche unas gotas de las mirificas aguas de Saltillo y se me quitó el apetito”. A las 2 de la tarde la señora volvió a preguntar: “¿Quieres comer?”. Repitió el hombre: “No. Bebí anoche unas gotas de las miríficas aguas de Saltillo y se me quitó el apetito”. A las 8 de la noche la esposa preguntó de nuevo: “¿Quieres cenar?”. Y obtuvo la misma respuesta. Le dijo a su marido: “Entonces ya bájate, porque yo sí tengo hambre”... Nuncita -se llamaba Anunciación- era la vieja criada en la casa de doña Panoplia. Había ahorrado sus salarios de años, y los tenía todos en billetes bajo su colchón. Eso preocupó a doña Panoplia. Le sugirió que pusiera el dinero en manos de don Sinople, su marido, quien se lo invertiría de modo que le rindiera buenos dividendos. Preguntó, dudosa, la fiel servidora: “¿Puedo confiar en su esposo?”. “Desde luego que sí -replicó doña Panoplia-. Yo le confié mi vida ¿no?”. “Sí -admitió Nuncita-. Pero yo quiero saber si se le puede confiar algo valioso”... “Tengo 5 años -le dijo Pepito a su amigo Juanilito-. ¿Cuántos años tienes tú?”. Respondió el niño: “No sé”. Volvió a inquirir Pepito: “¿Ya te interesan las mujeres?”. Contestó Juanilito: “No”. Dictaminó Pepito: “Entonces tienes 4 años”... FIN.
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