Sin lugar a dudas éste ha sido uno de los años más difíciles que hemos tenido en nuestras vidas, al menos los que andamos arriba de los sesenta y pasados los setenta, obviamente para los que tienen menos años, sin otra referencia anterior, este ha sido el año más duro en sus vidas. La pandemia generada por el coronavirus SARS-CoV-2, que a su vez produce la terrible enfermedad del Covid-19, nos mantuvo materialmente encerrados más de 18 meses. Sin embargo, el confinamiento obligado nos sirvió para hacer una revaloración de nuestras vidas y sobre todo valorar todo lo que somos y tenemos.
Descubrimos, en buena hora, que no requerimos de tantas cosas para vivir y ser felices, durante todo este tiempo, no compramos nuevas prendas, la ropa que teníamos fue suficiente y nos pudimos dar cuenta que teníamos de más, muchas innecesarias y hasta superfluas; ahora nada de eso tenía sentido ni nos servía para nada en el encierro, pero en cambio descubrimos el valor de la familia y de las amistades, pero sobre todo la importancia de la salud, pues sin ella todo lo demás pierde valor y sentido.
Sufrimos la pérdida de familiares y amigos entrañables de todas las edades, incluso hubo quienes llegaron a revelarse, hasta que se les pasó el duelo y entendieron que contra los designios divinos nada somos, ni podemos. Aprendimos a orar en casa por no poder asistir a los templos y fue una plegaria más cercana a Dios, nos acercamos más a él y nos tomamos de su mano para poder transitar más seguros por el arduo camino que se nos presentaba. La fe adquirió otra dimensión, más real y humana y a la vez mas espiritual, cada día que pasaba y seguíamos vivos, nuestra fe se acrecentaba y consolidaba.
El peligro del contagio persiste, la pandemia continúa, pero hemos aprendido a convivir con ella. No es que le hayamos perdido el miedo, sino que sabemos qué hacer frente a ella. Mantenemos las medidas dictadas en todo el mundo de usar el cubrebocas, lavarse las manos frecuentemente, usar el gel antibacterial y, sobre todo, guardar la sana distancia, evitando aglomeraciones, casi no vamos a reuniones y fiestas, limitamos las invitaciones y evitamos las de mero compromiso ¡y no pasa nada! Esto es genial, no pasa nada si no vamos a la boda o a la fiesta, no pasa nada si sólo enviamos el presente y la felicitación.
De que ha sido un año difícil, ni duda cabe, pero también ha sido un año de enseñanzas y aprendizajes, de muchas maneras estamos aprendiendo a vivir mejor, a disfrutar lo que tenemos, a no ambicionar lo que carecemos, a valorar lo que hemos conseguido en la vida, pero sobre todo a valorar el preciado regalo de la familia. Nos hemos vuelto más humanos y solidarios, compartimos lo que tenemos con los que menos tienen, vemos con mejores ojos a todos los que nos rodean, ahora sabemos y estamos seguros que son seres humanos iguales a nosotros, con circunstancias adversas y hasta mala suerte, pero hijos de Dios como nosotros.
Finalmente, el año que termina, si bien ha sido muy difícil, también nos ha servido para muchas cosas positivas, tal vez la mejor es que nos ha puesto a pensar, a reflexionar, a analizar. Estamos despertando a una nueva vida y nos parece maravillosa, extraordinaria y sobre todo un regalo inapreciable de Dios. ¡Iniciemos el año nuevo del 2022 con esta nueva perspectiva que nos enseñó el 2021! ¡Disfrutemos la vida! Gracias, amable lector, por la gentileza de su atención, le deseo un extraordinario inicio del nuevo año rodeado de su familia y seres queridos.
Por fin se acabó el 2021
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