San Agustín de Laredo
En la Guerra de Independencia
Capítulo IV
De Saltillo salieron los jefes hacia el norte, en compañía de don Mariano Jiménez; iban rumbo a Monclova y allí los esperaba el coronel Ignacio Elizondo. Casi todas las versiones lo ubican como insurgente y lo califican como traidor a la causa porque aprovechó la confianza de sus compañeros y jefes para entregarlos villanamente.
Se dirigía el convoy insurgente por el camino de Saltillo a Monclova. Elizondo esperó en las Norias de Baján y en un recodo del camino prendió a los hombres, sin que nadie sospechara la acción de felonía. Sorprendidos los insurgentes, no pudieron defenderse.
Transcribimos las versiones que al respecto dan algunos historiadores: Acatita de Baján es un poblado con estación del ferrocarril en el municipio de Castaño; a tres kilómetros de la estación se encuentra el lugar conocido como Norias de Baján y medio kilometro al sur, la loma donde fueron aprehendidos los jefes insurgentes.
En este sitio, el 21 de marzo de 1811, fue el prendimiento por Ignacio Elizondo y Tomás Flores de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Mariano Abasolo y los demás insurgentes que los acompañaban. La loma es una elevación no mayor de 5 metros, único lugar en el semidesierto donde un grupo de jinetes puede ocultarse de la vista de quien se acerque; está llena de conchas petrificadas y la vegetación sólo representada por cactos de los llamados viejitos. En esa ocasión, Tomas Flores mató de un tiro al joven Indalecio Allende, hijo del jefe insurgente cuando el teniente Salvador González, quien escoltaba a los próceres, quiso oponer resistencia a la orden de rendición dada por Elizondo. Para conmemorar el episodio, se erigió allí, al celebrarse el año de Hidalgo con motivo del bicentenario del natalicio del cura de Dolores, un obelisco que fue develado el 21 de marzo de 1953.
Sobre la aprehensión de los caudillos en Baján, una de las versiones más antiguas es la de don Lucas Alamán en su Historia de Méjico: “Nada en lo político suscita tantos enemigos como la desgracia, y Allende, derrotado y prófugo, debía temer encontrarlos a cada paso. Los comisionados de la junta de Bejar a su llegada a Monclova descubrieron sus intentos al teniente coronel don Ignacio Elizondo, y hallaron que éste, de acuerdo con el administrador de rentas don Tomás Flores y el capitán don José Rábago, tenían tan adelantada la contrarrevolución, que no tuvieron que hacer otra cosa que auxiliarlos en sus intentos y contribuir a sus miras”.
“Era Elizondo capitán de una compañía presidial y habiendo tomado parte en la revolución, se había disgustado después, según se dice, porque no había sido remunerado como pretendía, teniendo desde entonces principio el tráfico de mudar de partido, según conviene a los intereses particulares, que después ha hecho tan vergonzosos progresos. ‘Tejedores’ llamaba a los que tal hacían en las guerras civiles de los conquistadores del Perú, Francisco de Carbajal, que tanta y tan triste celebridad ganó en ellas, tomando este nombre de los que ejerciendo aquel oficio, pasan incesantemente la mano con la lanzadera de un lado a otro de la tela que van urdiendo.
“Desde la llegada a Monclova de los gobernadores don Simón de Herrera y don Manuel Salcedo, que fueron conducidos presos de Bejar, comenzó Elizondo a juntar secretamente tropa y amigos, insinuándose con los soldados de los presidios que estaban en la villa y con los vecinos de ella, de acuerdo también con el capitán Menchaca que contaba con trescientos indios lipanes, y con el capital don Ramón Díaz de Bustamante, a quien los indios, con quienes había tenido continuas guerras, llamaban Capitán Colorado por lo encendido de su color; hombre de mucho influjo entre las tropas veteranas de aquella provincia, el cual se comprometió con Elizondo a auxiliarle, y se puso en marcha rápidamente, con la mayor brevedad, pues se hallaba fuera, no habiendo tomado parte con los insurgentes. Pues efectivamente el capitán Díaz de Bustamante siempre permaneció leal a la corona española.
“Inmediatamente trató de tomar las medidas oportunas para prender a Allende y su comitiva, y al saber que éste había de llegar, según el itinerario que traía, el día 21 a las Norias de Baján o Acatita de Baján, por ser el único aguaje que en toda aquella comarca había, se dispuso que Elizondo le fuese al encuentro, con todas las apariencias de un recibimiento obsequioso, del que se dio aviso anticipado a Jiménez, y se tomaron también las precauciones para que no tuviese noticias de lo acaecido en Monclova.
“En ejecución de este plan, salió Elizondo de la villa el 19 por la tarde al frente de 342 soldados veteranos, milicianos y vecinos, capitaneados por el administrador de rentas don Tomás Flores, y por don Antonio Rivas el alcalde o justicia de San Buenaventura. En el lugar designado formó en batalla la mayor parte de su tropa como para hacer los honores militares al paso de Allende y los demás jefes, y en un recodo que hace el camino dejó en retaguardia un destacamento de 50 hombres, y adelantó otro a la vanguardia compuesto de indios y comanches, mezcaleros de la misión de Pellotes, bien instruidos de lo que debían ejecutar. En tal disposición esperó Elizondo la llegada de los jefes de los insurgentes, que se verificó a las 9:00 de la mañana del 21.
“Presentóse desde luego el padre fray Pedro Bustamante, mercedario, con un teniente y cuatro soldados de los de aquella provincia que se pasaron a Jiménez en Aguanueva; saludáronse mutuamente sin recelar cosa alguna, y siguieron hasta el cuerpo que quedó a la retaguardia donde se les intimó se rindiesen, lo que hicieron sin resistencia. Seguía a éstos un piquete de cosa de 60 hombres, con quienes se practicó lo mismo, desarmándolos y atándolos sin demora. Venía en pos de ellos un coche con mujeres, escoltado por 12 o 14 hombres, los cuales intentaron defenderse y fueron muertos tres de ellos y cogidos los demás. En este orden siguieron llegando hasta 14 coches, con todos los generales y eclesiásticos que los acompañaban, que fueron aprehendidos sin resistencia, excepto Allende, que tiró un pistoletazo a Elizondo llamándole traidor, y éste, escapando el cuerpo de las balas, mandó a sus soldados hacer fuego sobre el coche, quedando muerto el hijo de Allende que era teniente general, y malherido Arias, aquél mismo Arias, que vimos engañar en Querétaro a todos al principio de la revolución y que había sido ascendido a teniente general, y que murió poco después.
“Entonces Jiménez, que acompañaba a Allende en el mismo coche, se arrojó de él dándose preso y suplicando cesase el fuego, lo que se hizo, y atando a él y a Allende fueron remitidos a la retaguardia. A la última venía el cura Hidalgo, escoltado por Marroquín con 20 hombres que marchaban con las armas presentadas: intimósele que se rindiese como a los demás, lo que hizo sin resistencia.
“Kilómetros atrás caminaba la tropa de Allende que ascendía a mil quinientos hombres la artillería y todas las cargas y bagajes. Elizondo, dejando suficientemente custodiados a todos los presos, se adelantó a su encuentro con 150 hombres y los indios. Dio con ella a un cuarto de hora de camino e intimándole se rindiese, se dispuso hacer fuego el oficial que mandaba los tres cañones que venían a la vanguardia. Elizondo se echó sobre él y le dio muerte; lo mismo hicieron los indios y se apoderaron de los cañones matando a lanzadas a los artilleros. Entonces los soldados desertores de Aguanueva, viendo a sus antiguos compañeros, se pasaron a Elizondo y todos los demás se dispersaron, abandonando 24 cañones de diversos calibres, tres pedreros desmontados, y más de un medio millón de pesos en dinero y barras de plata. El número de prisioneros llegó a 893 y unos 40 muertos. Entre los primeros se contaron muchos coroneles, mayores y oficiales de todas graduaciones. Los jefes principales cogidos en los coches fueron Hidalgo y Allende, Jiménez, capitán general don Juan Aldama y el padre Balleza, tenientes generales Abasolo y Camargo, que intimaron la rendición al teniente Riaño en Guanajuato, Santa María, Gobernador que fue de Monterrey, Zapata y Lanzagorta todos mariscales de campo, don Mariano Hidalgo, hermano del cura y tesorero general, don Vicente Valencia, director de Ingenieros, don Juan Ignacio Ramón, capitán de la compañía de la punta de Lampazos en Nuevo León, ascendido a Brigadier, don José Santos Villa, que había concurrido a dar principio a la revolución en Dolores, y desde entonces seguía a Hidalgo con otra porción de brigadieres, coroneles y otros jefes militares y empleados civiles, entre éstos el ministro de justicia don José María Chico, el intendente del ejército don Manuel Ignacio Solís y muchos clérigos y frailes. Escapóse sólo Iriarte, y aunque Elizondo envió tropa en su seguimiento, no pudieron darle alcance.
“Concluida la aprehensión de todos, la noticia se recibió en México en la tarde del 8 de abril, que era lunes santo, por aviso que dio Calleja desde San Luis, el 5. Las noticias que sucesivamente se fueron recibiendo, quitaron todas las dudas y produjeron un triste desengaño entre los partidarios de la independencia.
“Por las acciones ‘meritorias’ de don Ignacio Elizondo y don Ramón Díaz de Bustamante, el primero recibió el grado de coronel porque aprehendió a los caudillos de la revolución, yel segundo, el Capitán Colorado, el de teniente coronel que le confirió la regencia de Cádiz.
“La Villa de Monclova fue elevada la categoría de ciudad por Salcedo, comandante general de provincias internas, en premio a la contrarrevolución verificada en ella y por la parte que tuvieron sus habitantes para apresar al caudillo del movimiento libertario. Desde que se dio el grito de independencia en Dolores hasta el 21 de marzo de 1811, cuando fueron aprehendidos los caudillos, habían transcurrido seis meses y cinco días, tiempo suficiente para encender la chispa del sentimiento de libertad que convocó al pueblo a declarar la guerra a las autoridades. Se ganaron muchas batallas pero también los insurgentes sufrieron derrotas; sin embargo, el movimiento emancipador ya era un proyecto imparable”.
Dice don Niceto de Zamacois en su Historia de Méjico: “Durante ese tiempo los insurgentes casi fueron dueños del país entero. Las ricas provincias de Guanajuato, San Luis Potosí, Valladolid, Zacatecas, Nuevo Santander, Guadalajara, parte de Sonora, el Nuevo Reino de León, Coahuila y Texas, hasta la línea divisoria de Estados Unidos eran suyas”.
En otro capítulo trataremos sobre el triste fin de Ignacio de Elizondo.
Otra versión de lo acaecido en las Norias de Baján lo narra don Luis Castillo Ledón en su obra “Hidalgo, la vida del héroe”: “Elizondo con sus fuerzas se encontraba ya desde las doce de ese mismo día (20) en el paraje llamado Acatita de Baján o Norias de Baján, a sólo una distancia de cuatro leguas y cuarto. Enterado de que los insurgentes llegarían a dormir esa noche a La Joya, envió espías a cerciorase de ello, los que, capitaneados por Pedro Bernal, volvieron informando de su arribo, y en prueba traían dos caballos, un sarape y un asador con carne hábilmente sustraídos de su campamento. Mandado de nuevo Bernal con una carta de Uranga para Jiménez, se introdujo entonces entre ellos; le invitaron a tomar un corto alimento, y como pidiera informe sobre cuál era la tienda de Cordero, le informaron de la remisión de éste a Saltillo, desde Mesillas. A pregunta que se le hizo sobre Elizondo, Pedro Bernal dijo que no sabía más, sino que le esperaba con las calles adornadas, con arcos y gente desde la orilla hasta la puerta de la iglesia; esto informó Bernal a Jiménez tal y como se lo había expresado Uranga por instrucciones de Elizondo. Y despidiéndose Bernal, tornó rápido al campamento realista.
Apenas salido el sol, la columna insurgente empezó a levantar el campo y a ponerse de nuevo en marcha. Formaron la vanguardia los carruajes de los principales jefes y algunas mujeres; detrás y a largas distancias iban grupos uniformes de oficiales y soldados; luego los hatajos guiados por sus caponeras y los arrieros que azuzaban a las acémilas sobrecargadas con gran cantidad de fardos; en extendido desfile, la artillería con sus bocas de fuego de todos calibres y cuyas cureñas se habían roto repetidas veces ocasionando
frecuentes altos; después, buen número de rechinantes carretas colmadas de bultos y tiradas por bueyes; finalmente, en la extrema retaguardia, la caballería al cuidado de Rafael Iriarte, caminando sin formación alguna.
La terrible jornada del día anterior, rendida unas cuantas horas antes, hacía que los componentes de la caravana fueran decaídos, insomnes y sedientos; las mulas de tiro despeadas; los caballos sudorosos y famélicos. En La Joya no habían encontrado agua; la noria que allí existía estaba cegada. En otro paraje llamado Agua Nueva, la noria estaba también llena de piedras, operación hecha, como en la anterior, por la gente de Elizondo. Alentados por la esperanza de encontrar en Baján tropas amigas proseguían la penosa caminata
por la senda que serpenteaba en una árida y gris llanura cubierta sólo de la planta llamada gobernadora, de color como de hierro oxidado.
“De trecho en trecho, cruces de madera erguidas en montículos de piedra señalaban los lugares de las hecatombes producidas por los indios bárbaros y nómadas. Abundaban las codornices que en bandadas huían al paso de la columna, y la presencia de las golondrinas anunciaba el advenimiento de la primavera. En los carruajes y sobre las cabalgaduras, los hombres y las mujeres, con las caras mustias y los labios resecos, dormitaban o callaban…
A eso de las nueve de la mañana, los insurgentes avistaron el pueblecillo de Baján distante apenas de media legua. Elizondo con su gente se encontraba un poco más acá de él, tras de una loma. Allende tuvo la imprevisión, imperdonable en un jefe militar, de no enviar fuerza exploradora.
“A la salida del sol, adelantándose al ejército, había llegado a este punto el carmelita fray Gregorio de la Concepción, que fue luego aprehendido en compañía de unos oficiales que le acompañaban. Elizondo permanecía tras de la loma con la mayor parte de su gente, pero una porción de ella estaba fuera del recodo, tendida en línea, dejando libre el camino, en actitud de resguardar al que pasara y aun de rendirle honores. Esto tenía que inspirar confianza a los insurgentes, cuya extrema vanguardia, al irse acercando, lo hacía como a campo amigo.
“Uno tras otro desfilaron frente a la loma tres coches escoltados, conduciendo clérigos, frailes y mujeres, los que, detenidos, fueron todos amarrados por individuos que Elizondo tenía designados exprofeso y provistos de cosa de 300 lazos para esta operación. Apenas acababa de enviárseles a Baján, cuando se presentó un quinto coche en el que iban el hermano de Hidalgo y varias mujeres, con quienes se siguió el mismo procedimiento.
Tras éste, vino otro en sexto lugar y en él viajaban Allende, Jiménez, el teniente general Joaquín Arias, el oficial Juan Ignacio Ramón, Indalecio, el hijo de Allende, y una mujer. Enterado Elizondo de que aquéllos eran los generales, ordenó a sus ayudantes los rodeasen por la retaguardia, y (Tomás) Flores les intimó rendición en nombre del rey. “Eso no; yo no me rindo; primero morir” —dijo Allende—, y dispuesto a hacer fuego, tiró desde dentro del coche con su arma que erró. Viendo esto, el jefe realista autor de la emboscada ordenó a sus soldados: “Arrímense y amarren a esos tales si no se rinden”. La interpretación de este mandato fue una violenta descarga hecha sobre el vehículo, de la que resultó muerto el jovencito hijo de Allende. Entonces fueron saliendo uno a uno los agredidos, entre ellos Arias que echó pie a tierra y apuntó su carabina sobre Flores, quien advertido a un grito de un soldado puesto a sus espaldas, desvió su caballo y disparó su arma, e hirió a Arias en una cadera. Siguió una disputa con Jiménez, pero amarrados los ocupantes del coche, se subió a Arias al lado del cadáver de Indalecio Allende y se despachó a todos a Baján, debidamente resguardados.
Llegó otro coche; en él venían el barón de Bastrop y el capitán Sebastián Rodríguez, los dos espías que los jefes insurgentes habían tenido en Saltillo de parte de los realistas.
Desfilaron cinco carruajes más y ya frente a ellos pudieron darse cuenta de que el cura no venía en ellos, y que sólo lo ocupaban unas cuatro personas desconocidas. Transcurrieron unos instantes de expectación, pero en seguida pudieron darse cuenta de que el generalísimo había abandonado el carruaje y venía en un caballo prieto con un padre a su derecha, y seguido de una escolta como de 40 hombres, también a caballo “caminando a son de marcha”. Elizondo lo recibió e hizo un saludo, y dejándolo pasar con su acompañamiento, siguió detrás, como de retaguardia, hasta que el cura llegó al extremo ocupado por las tropas en acecho, donde estaban don Tomás Flores y su hijo Vicente, quienes viendo que se pasaba de su zona, le marcaron el alto diciéndole que por orden superior y a nombre de Fernando VII no habían de pasar de allí con armas ni ellos ni nadie, hasta no expresar qué leyes eran las que seguían. Ante aquel requerimiento, Hidalgo iba a sacar unas de sus pistolas, pero acercándosele Vicente Flores le sujetó la mano y dijo: “Si piensa usted hacer armas, estará perdido, porque la tropa hará fuego y acabarán con todos ustedes…”. Y al ver un buen número de los suyos amarrados estuvieron anuentes en hacer lo que se les ordenara.
Expresado esto, les dejaron las armas y se les mandó formarse en ala frente a los amarrados. Al cura, al padre que lo acompañaba, a sus sirvientes, y a dos oficiales los retiraron al otro lado de la collera de prisioneros; los desarmaron, y sin amarrarlos, los pusieron al cuidado de don Tomás Flores, del otro hijo de éste, Manuel, de Rábago y de 10 o 12 soldados.
Elizondo se retiró enseguida para continuar dirigiendo la maniobra de las aprehensiones.
La noticia de la captura de los insurgentes se tuvo en Monclova sólo unas horas después. El mismo día se había instalado allí una comisión llamada “de seguridad”, que debía sustituir a la comisión militar antes instalada. La componían los capitanes retirados Macario Vázquez Borrego y Pedro Nolasco Carrasco, el teniente José de Rábago y el alférez Matías Jiménez quienes determinaron nombrar gobernador de Coahuila, con carácter interino, al coronel Simón de Herrera […] El primer acto de Herrera fue mandar a Elizondo un refuerzo de 200 hombres a las órdenes de don Manuel Salcedo, y casi enseguida otro de 125 al mando del capitán Nolasco Carrasco. A eso de las 10 de la noche, ya con mayores datos, envió parte detallado de los sucesos de Baján al comandante de las provincias internas, a Chihuahua, lugar de su residencia.
Don Luis Castillo Ledón agrega: “la situación de la mayor parte de los prisioneros fue bastante dura en los primeros momentos, a partir del día siguiente lo fue menos, aunque no dejó de tener ribetes de cruel y aun inhumana”.