HISTORIA

Desaparecidos

Escrito en OPINIÓN el

Camilo Vicente Ovalle escribió un libro que todavía se encuentra en librerías: “(Tiempo suspendido) Una historia de la desaparición forzada en México, 1940-1980”, en que analiza una de las estrategias centrales del Estado mexicano contra la disidencia política y social que surgió a mediados de los años 60, disidencia “que consideró históricamente necesario y moralmente justificado iniciar una transformación radical de un régimen que no cumplió con los postulados de justicia social de la revolución de 1910, y mantenía un control autoritario y represivo sobre la sociedad”.
De esa disidencia surgieron los movimientos feminista, obrero, campesino, indígena y popular que desafió al régimen priista. También la disidencia armada: las guerrillas urbanas y rurales que tuvieron su mayor impacto entre 1965 y 1982. Ante el desafío, que por momentos presentó rasgos de insurgencia social, el Estado modificó sus esquemas de seguridad para entrar a un nuevo ciclo de violencia: “la contrainsurgencia, las estructuras clandestinas de represión y la desaparición forzada como uno de sus dispositivos fundamentales”. Camilo Vicente define: “La desaparición forzada se entiende como la privación de la libertad de una persona o grupo de personas por parte de un servidor público o con la aquiescencia del Estado, acompañada de la falta o negativa de información sobre el paradero de la persona, sustrayéndola de los efectos de la ley”.
Además de la desaparición forzada permanente, existe la “desaparición forzada transitoria”, en que el detenido-desaparecido, tras algún tiempo, es presentado ante las instancias “legales”. Los testimonios de estas víctimas han sido fundamentales para reconstruir el mecanismo que devoró a los que siguen desaparecidos. Con base en ellos, Camilo Vicente halla tres momentos en que las estructuras contrainsurgentes perpetran el crimen de lesa humanidad de la desaparición, así como el papel que jugaba la tortura física y psicológica, que además de buscar información, pretendía arrancar confesiones que consolidaran la visión oficial de los guerrilleros como meros criminales, y el quiebre moral (“desestructuración”) del torturado.
La investigación histórica del autor se hizo en los últimos años del antiguo régimen. El inútil y oneroso Instituto Nacional de Acceso a la Información fue incapaz de lograr que se le permitiera acceder libremente a los archivos de la represión, de modo que con las escasas fuentes oficiales que pudo consultar, y el rastreo de otras fuentes (en las que destacan las entrevistas y testimonio que consiguió), logró construir un muy eficaz (aterrador) acercamiento a los números, los hechos, los mecanismos de la desaparición forzada en Guerrero, Oaxaca y Sinaloa, particularmente en el periodo 1965-80.
No adelantaré los resultados del libro, que son brutales y devastadores, que sacan a la luz una de las peores facetas de nuestro pasado reciente –así como la clara idea de la necesidad de esclarecer para trascender y no repetir–, pero sí, porque está al principio del libro, mostrar cómo define el autor lo que ocurre con los detenidos-desaparecidos, lo que los perpetradores pretenden. La “suspensión”: “La desaparición forzada no es un acto único, sino un conjunto de procedimientos que se articulan en un circuito, cuyo fin programado fue la eliminación. Desde el momento en que una persona era ingresada al circuito de la desaparición, era transformada en un sujeto suspendido, un detenido-desaparecido. Esta forma de violencia de Estado no estuvo determinada por el tiempo. La radicalidad de este dispositivo represivo estuvo dada porque él mismo produjo una nueva experiencia del tiempo. Su acción sobre un conjunto histórico-social, las técnicas aplicadas a los cuerpos, los espacios donde los sujetos fueron confinados, la determinación final sobre los sujetos, sobre los cuerpos, produjeron esta nueva experiencia. La desaparición forzada, en primera instancia, buscó suspender al sujeto de su estructura histórico-social: suspenderlo de su mundo. Las técnicas aplicadas al cuerpo de los desaparecidos, desde el momento de la aprehensión, estuvieron dirigidas a su sometimiento a través de la ruptura de las relaciones espacio-temporales más inmediatas desfondando su realidad. Esta suspensión produjo una nueva experiencia del tiempo. Hacia adentro, un tiempo infinito. No hay criterios para mensurarlo, incluso el criterio último parece desvanecerse: la definición sobre la vida y la muerte, de la cual la persona detenida-desaparecida se encuentra igualmente suspendida. Hacia afuera, en ese mundo fracturado por la acción de la desaparición, el tiempo producido es indeterminado, a la espera de ser restaurado: un día, un mes, un año, la vida entera”.
Se calcula que unas mil 500 personas fueron desaparecidas por la contrainsurgencia. Se calcula que más de 40 mil han desaparecido durante la “guerra contra el narco”. Camilo Vicente muestra que hay continuidades muy precisas entre los crímenes de Estado de hace 40 años y la tragedia que hoy vivimos: no las adelanto, el lector las encontrará en el libro: no pocos de los perpetradores de las desapariciones forzadas de la contrainsurgencia se sumaron a la delincuencia organizada. “Esta transición significó la condición de posibilidad para la generalización de la desaparición como la conocemos hoy”.