“A menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza. Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos, no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento. Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un monumento a la insatisfacción, el sepulcro de la esperanza. Quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida. Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquen donde nunca lo encontrarán: no es Dios de muertos, sino de vivos. ¡No entierren la esperanza!
“Hay una segunda piedra que a menudo sella el corazón: la piedra del pecado. El pecado seduce, promete cosas fáciles e inmediatas, bienestar y éxito, pero luego deja dentro soledad y muerte. El pecado es buscar la vida entre los muertos, el sentido de la vida en las cosas que pasan. ¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? ¿Por qué no te decides a dejar ese pecado que, como una piedra en la entrada del corazón, impide que la luz divina entre? ¿Por qué no pones a Jesús, luz verdadera, por encima de los destellos brillantes del dinero, de la carrera, del orgullo y del placer? ¿Por qué no le dices a las vanidades mundanas que no vives para ellas, sino para el Señor de la vida?”.
Hace un año, durante la noche en que recordamos la Resurrección de Jesús, el Papa pronunciaba estas palabras, y que ahora, después de un año, hoy pueden ser leídas desde otra perspectiva. “Nos esperan malos tiempos”, escuchamos decir por doquier. Lo decimos como si nunca hubiéramos tenido dificultades, personales, familiares y comunitarias de las que, y ahora más que nunca, hay que recordar, hemos salido fortalecidos y con una mayor madurez.
Y ahora que estamos en los llamados Días Santos, algunos frustrados por no haber salido a vacacionar, otros cansados de tener tanto tiempo libre y obligados a convivir con su familia. Otros más añorando los oficios propios de esta Semana, no caigamos en la desesperación de que están siendo días perdidos y preocupados ante una crisis económica aún más difícil que la de otros años.
El desaliento es peor que cualquier enfermedad, ya que ésta es involuntaria y, gracias a la ciencia y a la sensatez, puede aliviarse, mientras que aquel es aceptado y justificado, y que, tristemente es sumamente contagioso.
El Papa concluye su mensaje así:
“Preguntémonos: en mi vida, ¿hacia dónde camino? A veces nos dirigimos siempre y únicamente hacia nuestros problemas, que nunca faltan, y acudimos al Señor sólo para que nos ayude. Pero entonces no es Jesús el que nos orienta sino nuestras necesidades. Y es siempre un buscar entre los muertos al que vive. Cuántas veces también, luego de habernos encontrado con el Señor, volvemos entre los muertos, vagando dentro de nosotros mismos para desenterrar arrepentimientos, remordimientos, heridas e insatisfacciones, sin dejar que el Resucitado nos transforme. Queridos hermanos y hermanas, démosle al que Vive el lugar central en la vida. Pidamos la gracia de no dejarnos llevar por la corriente, por el mar de los problemas; de no ir a golpearnos con las piedras del pecado y los escollos de la desconfianza y el miedo. Busquémoslo a Él, dejémonos buscar por Él, busquémoslo a Él en todo y por encima de todo. Y con Él resurgiremos”.
En ello, como siempre, usted tiene la última palabra.
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