Mi niñez y aun mi adolescencia estuvieron plagadas de cambios, a veces de escuelas, otras veces de casas y hasta de ciudades, pero esa era la forma de vivir de mi familia debido al trabajo de mi papá.
Cuando yo cursaba el cuarto año de primaria llegamos a vivir a Ciudad Valles, San Luis Potosí, aquella temporada fue de muchas sorpresas para nosotros. Recuerdo la noche en que llegamos a esa ciudad, que en realidad era un pueblo grande, pero a esa edad todo se ve con otros ojos.
Despues de viajar desde Monterrey en un Volkswagen, donde por arte de magia nos acomodamos tres adultos, cinco niños y un perico con todo y jaula, por fin llegamos a lo que sería nuestra nueva casa.
Al salir de ese pequeño espacio donde viajamos tantas horas, mis hermanos y yo aún teníamos energía para explorar. Todo era diferente en aquel lugar, hasta el aire olía diferente, la primera sorpresa fue ver en el techo de la cochera de nuestra casa tantas lagartijas rosas y una tarántula en el jardín.
La huasteca potosina tiene una vegetación exuberante, recuerdo escuchar a alguien decir que ahí solo se tenía que tirar una semilla para que creciera un árbol. Como es de esperarse, la fauna abunda en aquella región por lo que no era raro ver a los pericos volar libremente en aquel cielo transparente.
Los ríos caudalosos en aquella región son comunes y en algunos de ellos se podía ver a los caimanes descansando en la orilla. Fue una época maravillosa, los domingos explorábamos pueblos cercanos y descubríamos ríos increíbles, nunca olvidare el río de Huchihuayan, el agua de ese río era transparente y helada y podíamos ver como brotaba el agua de la tierra.
La corriente del río era intensa, solo teníamos que dejarnos llevar por el río para disfrutar de un paseo entre sus aguas y sentir como su helado caudal nos acariciaba.
Una noche despues de uno de esos paseos salí al patio de nuestra casa y me quede asombrada al ver todas aquellas lucecitas que se encendían y pagaban, era la primera vez que yo veía ese espectáculo. ¡Ahí estaban ellas, las luciérnagas! Esa noche parecía que las estrellas jugaban en nuestro patio.
Yo había oído hablar de ellas, pero nunca las había visto y mucho menos en tal cantidad, por eso es que recuerdo muy bien esa noche. Hace poco leí que esos maravillosos insectos, como muchos otros, están en peligro de extinción, fue por lo que recordé la primera vez que las vi. Entonces pensé que nosotros muchas veces somos como las luciérnagas.
Porque se puede ver una luciérnaga en el día, pero no se reconoce sino hasta que brilla en la oscuridad, se puede ver por un momento su luz, pero si deja de brillar la pierdes de vista y cuando alguien la atrapa, a veces la encierra en un frasco para ver su brillo o la desparrama en su ropa para brillar por un instante con la luz de la luciérnaga, algo que los niños hacían en aquella región y que en mi ignorancia hice hasta que comprendí que no tenía derecho a hacerlo.
Los seres humanos admiramos aquello que nos gusta, pero desafortunadamente hay personas que en su admiración también envidian y es cuando tratan de opacar a quien tiene luz propia para sobresalir, pero las moscas siempre serán moscas y las luciérnagas siempre brillaran.