La ventana junto a mi estudio en la casa, da para un rincón del jardín que amo muchísimo. Hay una enredadera que sembré hace más o menos 5 años.
Cuando puse el piso de ladrillo dejé un hueco junto a la barda, sabía quería una enredadera para ese nicho.
Me cabía en una mano cuando la sembré, una cosita de nada que hoy ya cubre unos 10 metros o más de ese muro antiquísimo, y sigue expandiéndose.
Es abundante, de un verde imposible en este desierto, y ya se cruzó del otro lado, a la casa de la vecina donde promete hacer lo mismo, invadirlo todo. Hoy sábado que llueve, veo por la ventana a la enredadera mientras les escribo.
Su melena despeinada parece recién salida de algún lago, rebosante de vida, sacudida de vez en cuando por el viento. Pareciera que no estoy en cuarentena, que la ciudad de Laredo no es un pueblo fantasma.
Los comercios cerrados, el pánico en todos los poros. El lado mío historiador está un tanto fascinado por lo que ocurre, me toca vivir este episodio del mundo que será recordado como uno de los grandes peligros que enfrentó la humanidad.
El otro lado mío, está aterrado, no sé qué va a pasar.
Hay un miedo que va y viene, que se me olvida y de pronto regresa a mi con una furia. La frontera, aunque no está cerrada del todo, bien pudiera estarlo, no hay un alma pasando ni de aquí para allá ni viceversa.
Ayer crucé por última vez a Nuevo Laredo en un largo tiempo, y pareciera al Laredo Nuevo no le llegó el pánico por la pandemia.
La vida bastante normal en las calles. Las personas sin ninguna distancia entre sí, saludándose de mano, los novios abrazándose en la oscuridad de las plazas.
El contraste siempre ha sido fuerte entre los dos Laredo, pero ahora lo sentí tajante, en uno risas y en el otro llanto. Un pueblo fantasma y un pueblo de fiesta, divididos por un lastimado río.
Vivimos en un mundo globalizado, no quiero ni pensar en las fuertes consecuencias económicas que esta pandemia nos traerá, sin olvidar claro, el riesgo al virus mismo.
Es tiempo de quedarnos en casa, salir a lo indispensable. A mi me toca redescubrir mi hogar, visitar todos sus rincones, limpiar algunos cajones, disfrutar para lo que trabajo tanto. Hagan eso lectores, quédense en casa, descubran su cocina, abran el refrigerados y pónganse creativos.
Desempolven el comedor que es sólo para la navidad y cenen como reyes; abran la vitrina y laven los platos buenos y úsenlos.
Hagan el amor, o háganse el amor, salgan a jardín y corten alguna flor para ponerla en la mesa. Limpien debajo de las escaleras, sacudan las alfombras.
Escriban algún recuerdo en esa libreta íntima en el buró. Abracen a los árboles de su casa, agradezcan la sombra.
Échenle agua a la tierra para que se aplaque. Vean un amanecer desde la mecedora en la que nunca te sientas, y alcen la cara al atardecer y sonrían.
Son tiempos de quedarnos en casa, de disfrutar eso que tenemos, para lo que nos fregamos tanto en el trabajo. Son tiempos de quedarnos adentro de uno mismo, de aclarar la mente, de limpiar las telarañas en nuestro interior.
Por las noches pongan música, saquen esas botellitas que usan como decoración y destápenlas con el mismo entusiasmo con el que se destapa al champagne en año nuevo.
Beban y bailen y rían y lloren total no hay nadie en las calles, nadie no está viendo. Saluda con un beso lejano al vecino pinche. Trapeen con cloro y brinquen descalzos disfrutando la limpieza como haciendo un ritual.
Son tiempos de oler a jabón y de besar las espaldas de quien más se ama, y de hacer tortillas de harina con Chavela Vargas de fondo.
La vida nos está obligando a vivir como nunca, el mundo nos está empujando a disfrutar lo que en realidad importa.
Salgan no a la calle, salgan de ustedes mismos, la pinche vida nos ha hecho escondernos, encerrar a quien en verdad somos adentro de nosotros, encadenar al niño que llevamos dentro para así poder sobrevivir a la rutina.
Pero por un tiempecito, no, no lo haremos. Le abriremos el candado, le quitaremos el bozal a toda nuestra alegría.
En fin, queridísimo y no tan queridísimo lector, si ya nos vamos a hundir, hundámonos sonriendo y con la barriga llena. jorgesantana1@gmail.com
Obligados a vivir
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OPINIÓN
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