“Tengo un par de chicas en mi departamento”. Esa incitante manifestación la hizo Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, ante su amigo Cástulo Pudicio, piadoso joven que en la pureza cifraba su mayor orgullo. Añadió el tal Afrodisio: “Te invito a acompañarme. Tomaremos un par de copas con las muchachas; bailaremos con ellas al compás de ritmos cachondones y luego nos iremos cada uno con su chica a una recámara. Tú podrás escoger la que más te guste. La chica, digo, no la recámara”. Respondió el virtuoso joven: “Permíteme declinar tu invitación. No puedo hacerle eso a mi esposa”. Argumentó el cínico Pitongo: “A ella no se lo vas a hacer”... Doña Pasita y don Tinino, católicos los dos, cumplieron 65 años de casados. Una nieta le preguntó a la festejada: “Abuela: en todo ese tiempo ¿pensaste alguna vez en el divorcio?”. “¡Líbreme Dios! -respondió doña Pasita escandalizada-. Jamás pensé en el divorcio, hija. En el asesinato sí, pero en el divorcio nunca”... Por razones que no he podido averiguar Su Majestad Británica hizo que James Bond viniera a México. Cuando el Agente 007 llegó al aeropuerto se encaminó a la puerta de salida después de pasar seis horas en los trámites de migración y aduana. Lo estaba esperando ahí un sujeto con un cartel identificatorio que decía: “Agente 700”. El perspicaz inglés supuso que el letrero se refería a él, de modo que fue hacia el tipo y bajando la voz se presentó con él en la forma que siempre acostumbraba: “El nombre es Bond... James Bond”. Respondió el mexicano también en tono misterioso: “El nombre es Cho... Pan-cho”... Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, le confió a su amiga Pomponona que un petrolero de Oklahoma la estaba cortejando. “Es riquísimo -le dijo-. Tiene una avioneta, y él mismo la vuela”. Opuso Pomponona: “No ha de ser tan rico. En Estados Unidos cualquiera puede tener una avioneta y volarla”. “¿En la sala de su casa?”, replicó la vedette... Grande fue la sorpresa del funcionario municipal cuando una viejecita llegó a hacer los trámites necesarios para poner en su casa una sala de masajes que incluiría -dijo con la mayor franqueza- lo que en inglés se llama ‘full service’, o sea ‘hand jobs’ y ‘happy endings’. Desconcertado le dijo a la peticionaria: “Lo primero que debe usted hacer es pedir un permiso de uso de suelo”. “No lo necesitaré -respondió la ancianita-. Voy a tener camas”... Bueno es que la justicia norteamericana, a falta de la justicia mexicana, haya procesado a “El Chapo”. Sorprende, sin embargo, el hecho de que esa justicia, que tan rápida y eficaz se muestra en someter a juicio y castigar a los narcos extranjeros, jamás ponga los ojos en algún capo de nacionalidad americana. Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas en el mundo. ¿Acaso no hay en ese país grandes traficantes estadounidenses que compran la droga a costos millonarios y la hacen llegar a los centros de consumo? La Policía arresta y lleva a la cárcel a los pequeños distribuidores, sobre todo negros y latinos; a los que en las esquinas y callejones venden al menudeo la droga a quien la usa, pero jamás se sabe que los aparatos de seguridad con que cuenta esa nación detengan y lleven a los tribunales a algún gran jefe de las organizaciones que en el país vecino manejan ese enorme negocio. Recordemos una vez más la exasperada aclaración que el ladrón bueno, Dimas, hizo al buen Jesús cuando éste, clavado en la cruz, dijo su frase de suprema misericordia: “Padre: perdónalos porque no saben lo que hacen”. Acotó, hosco, el buen ladrón: “Sí saben, Señor; lo que pasa es que se hacen indejos”... FIN.
¿Y los capos gringos?
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