Entre brochazos y letras que parecen cobrar vida, J. Guadalupe Regis López ha escrito su historia.
Tiene 60 años dedicado al arte de los rótulos y dibujos, oficio que abrazó desde los 17, cuando decidió que su mundo estaría hecho de pintura, paciencia y precisión.
Desde hace tres décadas vive en Nuevo Laredo, ciudad que recorre cada día en su inseparable motocicleta.
En una cubeta carga sus pinturas, brochas y pinceles, herramientas que se han vuelto extensión de sus manos.
Con ellas ha dejado huella en paredes, negocios y letreros que todavía resisten al paso del tiempo. Aunque la tecnología y las impresiones en vinil parecieran haber desplazado a los rotulistas, Guadalupe sabe que lo suyo tiene otra esencia: su trabajo es más perdurable, tiene alma, no se borra con facilidad.
También se gana la vida como pintor de brocha gorda, pero son los rótulos los que le dan identidad.
“He pintado abarrotes, ferreterías, peluquerías, puestos de tacos. Antes le trabajaba a las líneas de tráileres, hacía rótulos y logotipos en sus cajas, en sus cabinas la razón social, ya con la tecnología se acabó, pero mi trabajo sigue en tiendas o negocios”, comentó.
Recordó que en su adolescencia tomó dos cursos de dibujo por correspondencia, los que hasta la fecha le han servido para perfeccionar sus técnicas y talento natural.
Un pintor pintó la empresa en que trabajaba y yo me puse a perfeccionar lo que él había hecho ya de ahí luego empecé yo solo.
En un mundo dominado por redes sociales y teléfonos inteligentes, él prefiere la sencillez. No tiene Facebook, ni páginas de contacto.
Para encontrarlo hay que tener suerte: toparse con él en la calle, cuando va de paso en su moto o mientras pinta algún letrero.
Entonces ofrece su palabra, sus precios y, sobre todo, su experiencia. Y siempre tiene trabajo. La vida de Guadalupe es la de un hombre que ha sabido resistir, que pinta no sólo letras y anuncios, sino también recuerdos en la memoria de una ciudad -que, sin saberlo-, le debe parte de su paisaje urbano.