En Nuevo Laredo, el nombre de "el Fiscal de Hierro" evoca un tiempo en el que la violencia parecía incontrolable y la ley necesitaba de un brazo inflexible para imponerse.
Durante la segunda mitad de la década de 1970, el crimen organizado había ganado terreno, al grado de desafiar abiertamente a las instituciones. Fue entonces cuando las autoridades enviaron a un agente tan reservado como temido: Salvador del Toro Rosales.
Salvador del Toro Rosales, el 'Fiscal de Hierro'
Su llegada no fue casual. El dominio de la familia Reyes Pruneda, liderada por la temida matriarca Simona, había transformado a la ciudad en un enclave estratégico para el tráfico de mariguana.
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La expansión del clan no solo se sustentaba en la violencia, sino también en su capacidad de desafiar a cualquier figura de autoridad que intentara frenar su imperio.
El asesinato de dos agentes federales, cometido por Refugio “Cuco” Reyes, fue la chispa que encendió una guerra abierta.
Rosales, apodado por la prensa como "el Fiscal de Hierro", llegó con una misión clara: erradicar a quienes habían puesto en jaque a las autoridades. Su estrategia combinó inteligencia, sigilo y una severidad implacable.
No dormía dos noches seguidas en el mismo lugar, desconfiaba incluso de sus compañeros y jamás permitió que la prensa captara su imagen.
Bajo su mando, el operativo fue fulminante. “Cuco” cayó primero; Simona fue capturada después. Los remanentes de la organización fueron enviados a prisión o neutralizados en el campo.
Autoridad inquebrantable
Sin dar margen a pactos, Rosales impuso un orden que pocos creían posible en una ciudad fronteriza marcada por la corrupción y el miedo.
Años más tarde, su figura volvió a aparecer en la vida pública, esta vez como jefe de la Policía Municipal de Matamoros. Ya sin la misma dureza de antaño, pero con el mismo prestigio, dejó una huella indeleble en la historia del combate al crimen.
En Nuevo Laredo, su nombre sigue siendo sinónimo de autoridad inquebrantable: "el Fiscal de Hierro".