La situación de las tortugas del Río Bravo se ha convertido en un indicador central del deterioro ambiental en esta frontera binacional.
A lo largo de su curso, desde las zonas altas hasta las desembocaduras, la composición de quelonios ha cambiado significativamente en las últimas décadas, especialmente por la competencia entre especies locales y poblaciones introducidas que hoy dominan grandes tramos del cauce.
Las tortugas del río Bravo
En la región coahuilense, una de las presencias más singulares continúa siendo la Terrapene coahuila, un reptil exclusivo de intrincadas pozas y lagunas permanentes que enfrenta un riesgo extremo de desaparición.
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Su distribución restringida y el progresivo aislamiento de sus microhábitats la han convertido en uno de los símbolos más sensibles de la conservación transfronteriza.
A este escenario se suma la expansión masiva de la Trachemys scripta elegans, una especie no originaria de la cuenca pero hoy ampliamente distribuida en presas, canales urbanos y embalses.
Su capacidad para adaptarse a distintos entornos ha desplazado a varias tortugas locales, reduciendo la presencia histórica de grupos como la Graptemys versa o la casi erradicada Trachemys gaigeae.
En otros sectores del río, especialmente donde predominan fondos limosos y corrientes variables, se mantienen poblaciones relativamente estables de especies nativas como la Apalone spinifera, mientras que en afluentes de regiones montañosas persisten ejemplares aislados de tortugas casquito y de lodo, cuyas observaciones dependen de condiciones hidrológicas específicas.
La dinámica ecológica actual exige intervenciones coordinadas que atiendan tanto la protección de hábitats sensibles como el control de especies exóticas para evitar un colapso mayor de la comunidad herpetológica.
Preservar la diversidad de las tortugas del Río Bravo es necesario para mantener el equilibrio biológico de uno de los sistemas fluviales más relevantes de Norteamérica.
