SEIS DÉCADAS DE TRABAJO

Nuevo Laredo: don Pedro Bermúdez, el artesano del tiempo

Hoy de 82 años, inició a los 19 y desde entonces ha dedicado su vida a rescatar del olvido a los viejos aparatos que marcan la hora, tan puntual como su labor

El local de don Pedro se ubica a unas cuadras de la concurrida pulga de los rieles.
El local de don Pedro se ubica a unas cuadras de la concurrida pulga de los rieles.Créditos: El Mañana
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A unas cuadras de la pulga de los rieles hay un espacio, un pequeño local con un letrero pintado a mano que dice “Big Ben”; no hay música, ni pantallas, ni urgencia. Sólo el tic tac de los relojes. Se ven y se escuchan engranajes viejos y cristales de carátula.

Don Pedro Bermúdez, de 82 años, con voz suave, recibe a sus clientes, recibe a los visitantes, sigue trabajando como relojero, como lo ha hecho desde hace más de seis décadas.

Don Pedro les da cuerda, vida y más tiempo a los encargos que le llevan, con la misma calma y precisión con la que comenzó este oficio, cuando tenía 19. Su taller, bautizado con humor involuntario como “Big Ben”, antes ubicado en el sector Centro, después junto al Hospital Civil y finalmente en Privada Arteaga, unos metros al poniente de la Eva Sámano, muy cerca del puente vehicular.

“Antes, los relojes se pasaban de generación en generación. Hoy los tiran. Pero yo sigo aquí, tratando de salvar a los que todavía quieren vivir”, dijo, mientras desmontaba la carátula de un viejo Citizen japonés que alguien trajo con la esperanza de un milagro.

Comenzó a trabajar en la relojería siendo adolescente, empujado por la necesidad y cautivado por los engranes. Aprendió mirando, preguntando y fallando. Desde entonces, ha pasado más de medio siglo, lapso en el que ha arreglado desde despertadores y relojes mecánicos hasta los nuevos de cuarzo.

A pesar de su edad, don Pedro trabaja todos los días. No usa computadoras. Sólo sus manos, sus lupas de aumento y el conocimiento que ha ido afinando a lo largo de los años como si fuera un resorte delicado. A veces, la edad cobra factura, alguna enfermedad se cruza en su largo camino y se ausenta de su joyería, en ocasiones uno o dos días y en otras tarda unas dos semanas en regresar.

“Se lo lleva su familia y luego regresa”, comentó un joven que atiende la joyería en ausencia de don Pedro. Mientras, en ese pequeño negocio del poniente de Nuevo Laredo, viejos relojes se escuchan con fuerza, como corazones vueltos a la vida y antiguas joyas que fueron rehabilitadas recientemente brillan, como esperando la tibieza y la precisión de las manos de don Pedro.