Cada septiembre, las flores amarillas toman protagonismo en redes sociales y en la vida real. Esta tradición, que se viralizó gracias a la telenovela argentina “Floricienta” en 2004, se consolidó como un gesto de amor, esperanza y amistad.
En la serie, la protagonista cantaba que deseaba recibir flores amarillas de su amor verdadero. Desde entonces, regalar flores amarillas el 21 de septiembre simboliza la esperanza de encontrar o fortalecer un vínculo afectivo sincero.
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En el hemisferio sur, esta fecha coincide con el inicio de la primavera, lo que refuerza el significado de renacer, optimismo y energía positiva.
Sin embargo, en países del hemisferio norte como México, la práctica se ha adaptado y suele darse en distintas fechas de septiembre, especialmente en la segunda quincena. Este desfase responde más al calendario cultural y a la influencia de redes sociales que a un calendario astronómico.
Los destinatarios principales son mujeres de cualquier entorno: madres, hermanas, amigas, maestras o parejas, aunque en la práctica el gesto se ha extendido también a compañeros de trabajo o líderes comunitarios como muestra de gratitud. El color amarillo refuerza la idea de luz, alegría, amistad y energía positiva.
Según FloraHolland (una de las plataformas de comercio floral más grandes del mundo), los ramos amarillos más vendidos en septiembre son girasoles, rosas y tulipanes, seguidos de margaritas y crisantemos. Expertos en tendencias señalan que esta moda anual es también un impulso económico para floristas locales y que cada año genera picos de venta cercanos al 20 % en este mes.
Así, regalar flores amarillas en septiembre es mucho más que seguir una moda: es participar en un ritual cultural que combina historia, emoción y estética.