Crujiente, salado y con un sabor que ha conquistado a generaciones: el chicharrón de la carnicería Ramos en Monterrey no solo es un antojo típico del norte del país, sino un verdadero símbolo local.
Este aperitivo se ha convertido en protagonista de reuniones familiares, parrilladas y meriendas improvisadas. Pero más allá del sabor, ¿qué tan saludable es realmente?
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Este chicharrón se elabora con piel de cerdo cuidadosamente seleccionada, la cual se fríe en su propia grasa también conocida como manteca hasta obtener una textura aireada y crujiente.
Gracias a su sabor inconfundible, ha ganado fama no solo en Nuevo León sino también en otras partes del país y del extranjero, al grado que muchos lo consideran un souvenir gastronómico obligatorio para quien visita Monterrey. Incluso se puede encontrar en presentaciones empaquetadas, ideales para llevar en avión.
El costo del chicharrón de la Ramos varía según el proveedor y la presentación, pero generalmente un kilo cuesta alrededor de $320 pesos. Pero, como todo lo bueno en exceso, el chicharrón también tiene su lado menos brillante.
De acuerdo con nutriólogos y médicos, una porción de 100 gramos puede contener entre 40 y 50 gramos de grasa en su mayoría saturada y hasta 600 calorías, dependiendo de su preparación. Esto lo convierte en un alimento muy calórico, con un aporte elevado de colesterol y sodio.
La nutrióloga Mariana Rivas explica que el chicharrón, si se consume ocasionalmente y en pequeñas cantidades, puede formar parte de una dieta balanceada.
Su consumo frecuente o en grandes cantidades puede elevar el riesgo de enfermedades del corazón, hipertensión y aumento de peso.
Además, estudios recientes sugieren que los alimentos fritos en manteca, cuando se consumen con frecuencia, podrían generar compuestos inflamatorios que afectan el metabolismo a largo plazo.
Pese a todo, el chicharrón de la Ramos sigue siendo una tradición sabrosa que despierta orgullo local. La clave, dicen los expertos, está en la moderación: disfrutarlo con respeto por nuestra salud y con la conciencia de que no todo lo delicioso debe comerse a diario.
Mientras unos lo disfrutan como parte de la cultura y el sabor norteño, otros piden consumirlo con mesura, porque como bien dicen en Monterrey, todo con medida… excepto el sabor.