La idea de que en Monterrey persiste la consanguinidad como forma de unión familiar ha sido utilizada como burla recurrente en redes sociales, foros informales y discursos humorísticos.
Desde referencias en memes hasta comentarios casuales, la narrativa de que en Nuevo León los enlaces entre primos son habituales ha trascendido generaciones. Sin embargo, esta afirmación, más que un reflejo de la actualidad, encuentra su raíz en prácticas ancestrales y contextos sociales complejos.
¿En Monterrey se casen entre primos?
Lejos de ser exclusiva del norte mexicano, la unión entre familiares cercanos fue una solución común en regiones con poca población, limitada movilidad geográfica y escasa diversidad de linajes.
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Genealogistas han documentado cómo, en los siglos pasados, estas prácticas respondían a la necesidad de asegurar alianzas dentro de núcleos familiares reducidos, no como una aberración social sino como una estrategia de supervivencia demográfica.
El papel de la Iglesia católica fue importante: aunque establecía límites a los grados de parentesco permitidos, también ofrecía mecanismos para sortear esas restricciones a través de dispensas matrimoniales.
En el caso de Nuevo León, que dependía del arzobispado de Guadalajara, estas autorizaciones eran comunes si los solicitantes demostraban solvencia económica y un árbol genealógico sin impedimentos mayores.
La fundación de Monterrey por un pequeño grupo de familias sefardíes, reacias a mezclarse con la población originaria, también alimentó una cultura de uniones cerradas.
Factores históricos
Estos factores históricos dieron pie a una percepción que, siglos después, ha sido deformada hasta convertirse en un estereotipo. Incluso el uso coloquial de “primo” o “tío” en la región ha contribuido a la confusión.
Hoy, aunque los matrimonios consanguíneos en Monterrey son excepcionales y legalmente regulados, el mito de las bodas entre primos sigue resonando más como leyendas virales que como práctica vigente.