La noche del jueves 26 de junio, uno de los barrios más exclusivos de la Ciudad de México se convirtió en escenario de un crimen espeluznante. Un oficial de la Policía Bancaria e Industrial (PBI), identificado como Eduardo Juárez, fue asesinado a sangre fría mientras realizaba labores de vigilancia en Polanco, alcaldía Miguel Hidalgo.
El atacante, un hombre de 35 años identificado como José “N”, le disparó directamente, le robó el arma de cargo y escapó a bordo de un vehículo azul. La reacción de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) fue inmediata. Gracias a cámaras de vigilancia y al rastreo de la ruta de escape, el sospechoso fue detenido minutos después en la colonia Clavería, Azcapotzalco.
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“El diablo me dijo que lo matara”
Durante su arresto, José “N” no mostró señales de arrepentimiento. Según reportes policiales, su primera declaración fue directa y perturbadora: “el diablo me dijo que lo matara”. Trascendió que podría haber estado bajo el efecto de drogas o alcohol, lo cual será confirmado tras las pruebas toxicológicas.
Dentro del vehículo del detenido se encontraron dos armas cortas, una espada moderna, herramientas y el arma del oficial asesinado. Todo apunta a que el crimen fue planeado o, al menos, deliberado.
Un perfil inesperado
La historia dio un giro aún más desconcertante cuando el detenido reveló que es egresado de Ingeniería en Biotecnología del Tecnológico de Monterrey, practica levantamiento de pesas de forma profesional y es coleccionista de armas.
La SSC lamentó la muerte del oficial Juárez y aseguró que su familia recibirá todo el apoyo institucional correspondiente. Mientras tanto, el Ministerio Público de la Fiscalía de Investigación Estratégica del Delito de Homicidio será el encargado de determinar la situación jurídica del agresor.
Lo ocurrido no solo dejó a una familia en duelo, sino que vuelve a poner el foco en los retos de seguridad, salud mental y control de armas en una ciudad donde, a veces, lo inesperado se vuelve aterradoramente real.