El catán, conocido científicamente como Atractosteus spatula y popularmente como aligator gar, ha sido por mucho tiempo víctima de su propia apariencia.
Con una mandíbula repleta de dientes afilados, escamas óseas que parecen placas de acero y un tamaño que puede superar los tres metros, este pez de agua dulce ha sido malinterpretado como una amenaza para el ser humano. Pero, ¿realmente puede atacar?
¿El catán puede atacar a las personas?
La respuesta es clara: no. Aunque su nombre en inglés, que lo asocia con los caimanes y su silueta prehistórica despiertan temor, no existen casos documentados de ataques de catán a humanos.
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Según los expertos, su dieta se basa en peces pequeños, aves acuáticas y reptiles, y no tiene la capacidad anatómica de desgarrar presas grandes.
Al no poder masticar, el catán debe tragarse a su presa entera, lo que descarta completamente cualquier posibilidad de representar un peligro para las personas.
Sin embargo, el miedo ha tenido consecuencias graves. Durante décadas, pescadores deportivos y agencias estatales lo consideraron una amenaza, y se emprendieron campañas de eliminación, como la del tristemente célebre "Destructor Eléctrico de Gar" en Texas, en los años treinta.
Esta persecución, sumada a la fragmentación de su hábitat, llevó a su desaparición en entidades de Estados Unidos como Illinois y Ohio.
Importante papel ecológico
Hoy, gracias a nuevas investigaciones y a un cambio en la percepción pública, comienza a reconocerse su rol ecológico: el catán es un depredador tope que ayuda a regular las poblaciones de peces menores y mantiene el equilibrio en los ríos donde aún sobrevive. Además, estudios recientes han demostrado que puede adaptarse a ambientes con bajo oxígeno e incluso a aguas salobres.
Por eso, más que un monstruo acuático, el catán debería ser visto como un guardián de los ecosistemas fluviales. El catán y su temible fama comienzan a ser cuestionados, y la ciencia confirma que es más una reliquia viviente que una amenaza real para el ser humano.