Durante más de tres décadas, Mary Notarangelo sirvió como detective y sargento en la policía de Bridgeport, Connecticut.
Años después, terminó sus días en un entorno que nadie pudo haber imaginado para una mujer de su trayectoria, sola, rodeada de basura, animales muertos y un silencio devastador.
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Su última señal de vida fue un mensaje de texto el 12 de junio de 2024, en el que relataba que tenía calambres, vómitos y que se había caído, nunca más volvió a responder.
Pasaron semanas hasta que un amigo, preocupado por no verla y por observar que el alimento para aves seguía sin recoger, llamó a la policía. Pero lo que las autoridades encontraron fue un obstáculo inesperado, su casa era una fortaleza de basura.
Montones de desperdicios, jaulas oxidadas, excremento, muebles cubiertos de polvo y residuos orgánicos bloqueaban cada rincón. Había tal acumulación que un dron y perros entrenados no lograron dar con su paradero.
No fue hasta julio de 2025, once meses después de su desaparición, que una cuadrilla especializada removió los escombros y halló su cuerpo en esta de descomposición, atrapado bajo capas de basura.
En medio del horror, sobrevivieron un gato, aves y un perro que seguía a su lado. El resto, decenas de animales, fueron encontrados muertos.
Mary vivía sola, sufría problemas físicos desde que se retiró por discapacidad en 1996 y había cortado muchos lazos con conocidos. Practicaba el reiki, era amante de los animales y tenía una inclinación espiritual que incluía rituales wiccanos.
Las autoridades no pudieron determinar con certeza la causa de su muerte. Pero el entorno deja claro un problema que va más allá de lo forense, el abandono emocional, el aislamiento extremo y la acumulación compulsiva pueden volverse letales si no se detectan a tiempo.